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Cuando vi que la abadesa trataba con desprecio á mi mujer, la dije: pues dama hay en palacio mucho más alta... ¡Diablo! , señor, mucho más alta, que no es mejor que mi mujer... La abadesa os preguntaría quién era esa dama. Cierto que . ¿Y vos? Yo... dije la verdad... la verdad pura, porque ha llegado la hora de decir las verdades. Diríais que doña Clara Soldevilla...

El semblante de la Dorotea espantaba. Tal representaba lo supremo del dolor, de los celos, de la rabia, de la sorpresa. ¡Que se presentarán juntos al rey y á la reina! exclamó con voz ronca ; ¡luego se han casado! Una dama tal como doña Clara Soldevilla dijo el sargento mayor , no podía recibir de noche en su aposento á nadie más que á su marido. Ya sabía yo que ese buen mozo os engañaba.

Pues os digo que no os entiendo. Ni yo me entiendo tampoco. Os quejáis de lo que ha pasado anoche en palacio, y entre las cosas de que os quejáis, es una de ellas el que Quevedo ha andado enredando. Es que ha sucedido mucho más. ¿Mucho más? Don Juan Téllez Girón, se ha casado con doña Clara Soldevilla. ¿Don Juan Téllez Girón? ¿pariente del duque de Osuna? Su hijo... ¿Hijo suyo...?

Cuando llegó al sitio designado, dirigió un frío saludo ceremonioso al grupo de Gonzalo y sus padrinos, y no volvió a mirarles. Después de conferenciar unos instantes, Peña colocó en su sitio a Gonzalo y le entregó una pistola cargada. Soldevilla hizo lo mismo con el Duque. Ambos se habían quitado el sombrero.

Pues entonces no es la boda que yo creía. , por cierto: el capitán de la guardia española del rey, Juan Montiño, se casa con la dama de honor de su majestad la reina, doña Clara Soldevilla.

El padre Aliaga no quiso comprometer á doña Clara Soldevilla, arrojar sobre su cabeza el odio del bufón, y contestó: Por las inteligencias con un hombre, en el cual, según me he informado, está puesto y siempre vigilante el ojo del Santo Oficio: con un tal Gabriel Cornejo... ¡Con ese miserable! exclamó el bufón ; ¿tienes conocimiento con ese miserable, Dorotea?

Seamos, pues, amigos; prefiero vuestra amistad á vuestro amor. ¡Mi amor! ¿sabéis si yo he amado alguna vez? ¿sabéis si puedo amar? Todos hemos nacido... He aquí una cosa indudable. Para amar... Eso no es tan claro. Si no habéis amado, amaréis. ¿Habéis amado vos? , y mucho dijo Montiño suspirando por doña Clara de Soldevilla. ¿Y amáis...?

Apartad, caballero, apartad, y no profáneis ese cadáver dijo el padre Aliaga, poniéndose delante de Dorotea. ¡Oh! ¡para qué quiero vivir! ¡Para doña Clara de Soldevilla, para vuestra esposa! dijo severamente Quevedo ; ¡ya que esa desgracia es irremediable, no causéis otra desgracia mayor! ¡Clara! ¡mi esposa! exclamó don Juan.

Ya lo : que doña Clara Soldevilla, su esposa, se ha arrojado á los pies de su majestad el rey; que su majestad la reina ha intercedido por la petición de su amiga, porque doña Clara, más que dama, es amiga de la reina, y que el rey se ha mantenido severo; que ha respondido á la reina y á doña Clara, que no puede hacer nada estando de por medio la justicia.

Sabían el crimen y los asesinos, don Francisco de Quevedo, el bufón y Dios, que lo sabe todo. Doña Clara Soldevilla era feliz. Feliz de una manera suprema. Estaba consagrada enteramente al recuerdo de su felicidad. Apenas si había hecho, desde que había salido aquella mañana de su aposento su marido, más que pensar en él, sentada en un sillón junto al brasero.