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Actualizado: 27 de julio de 2025


No, por cierto; estoy en el tocador de la reina y la reina me envía. Di á doña Clara Soldevilla, me dijo, que no nos haga esperar; que se vista como conviene á una recién casada que va á ser presentada con su marido á la corte y á tomar la almohada de dama de honor, mientras que su marido toma el mando de la tercera compañía de guardias españolas.

sufres ahora y yo sufro también. estás celosa de esa mujer, de esa doña Clara Soldevilla; yo también estoy celoso; amas á ese don Juan y ese don Juan no te ama... es necesario que ese don Juan sufra las mismas penas que nosotros sufrimos; es necesario que ese don Juan se desespere. ¡Ah! exclamó Dorotea estremeciéndose , ¡y qué terrible situación la nuestra!

La de vuestro padre. Creo que mi padre hubiera tenido en estas circunstancias tan poco cuidado como yo. Créelo sin dificultad y me alegro de que os parezcáis á vuestro padre. Sólo por eso os había llamado: estaba cuidadoso por vos. Y decidme, ¿si no habéis dormido, tendrá la culpa doña Clara Soldevilla? ¡Cómo! ¡pues qué! ¿Sabéis...? Yo lo todo. Tenéis sin duda un diablo familiar.

Pronunciad, pronunciad sin temor el nombre de esa señora dijo Dorotea ; no es la comedianta, no es la mujer perdida quien os lo pregunta, no es tampoco la mujer celosa; es vuestra hermana, vuestra buena hermana, que porque os ama, ama á la mujer que os ama y es también hermana suya; decidme su nombre. Doña Clara Soldevilla contestó don Juan con acento opaco. ¡Ah, la famosa menina de la reina!

Por otra parte, Gonzalo, como todos los temperamentos excesivamente vigorosos, había nacido para los peligros; gozaba con ellos como si tuviera la seguridad de que la vida que corría exuberante por sus venas no podía secarse. No llegaron a la quinta de Soldevilla hasta las ocho y media. El Duque y sus padrinos los esperaban hacía rato. El primero no se presentó. Estaba dentro de la casa.

Pues ya no extraño que doña Clara ame á un tal hombre; doña Clara aborrece á Lerma... Tengo pruebas de ello; porque doña Clara es vuestro consejo, y al ver á Lerma comprometido... en efecto, esas cartas han producido un resultado saludable... los casaremos; se hará cuanto haya que hacer con el coronel Soldevilla... pero siento pasos en la antecámara, acaso sea doña Clara.

Nuestra familia, y la vuestra, porque en ella acabáis de entrar, se componía hace cuatro años: de mi padre Ignacio Soldevilla, coronel de infantería española, encanecido en los combates, de mi madre doña Violante de Saavedra, hija de un mayorazgo de la montaña, y de .

¡Hay en el mundo otra mujer que os ama, que puede y debe confesar el amor que os tiene ante Dios y los hombres! ¡una mujer que por vos sufre, que por vos está enferma, que por vos muere! ¡una mujer que por vos se ha arrojado á las plantas del rey, y que no ha podido conseguir nada, ni aun saber el lugar donde estáis preso! ¡Vuestra esposa! ¡Doña Clara Soldevilla, que es vuestra vida!

Apenas había salido Quevedo del cuarto de doña Clara Soldevilla, cuando uno de sus criados la anunció que el bufón del rey quería hablarla.

¿De suerte que dijo el rey, que en asuntos de conciencia era muy escrupuloso la mentira puede, y aun debe usarse, según las circunstancias? Indudablemente dijo el padre Aliaga ; veamos el caso actual; hay que engañar á un hombre... á Ignacio Soldevilla, para evitar grandes males. Debe engañársele, el fin es bueno; el tósigo se emplea comúnmente como medicina. Pero, ¿qué grandes males amenazan?

Palabra del Dia

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