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Actualizado: 11 de junio de 2025
Siéntate junto a mí; ven acá dijo Golfín cariñosamente sentándola a su lado . Se me figura que estabas rabiando por encontrar una persona a quien poder decirle tus secretos. ¿No es verdad? ¡Y no hallabas ninguna! Efectivamente estás demasiado sola en el mundo.... Vamos a ver, Nela, dime ante todo, ¿por qué... pon mucha atención... por qué se te puso en la cabeza quitarte la vida?
10 Mas cuando fueres llamado, ve, y siéntate en el postrer lugar; porque cuando viniere el que te llamó, te diga: Amigo, ven arriba; entonces tendrás gloria delante de los que juntamente se sientan a la mesa. 11 Porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado.
Para gozar de este incompleto deleite, se acercó tanto a los manjares, que vino a ponerse entre la mesa y la silla del Príncipe. Entonces sintió, no ya una, sino dos manos invisibles que le caían sobre los hombros oprimiéndola. La voz misteriosa le dijo: Siéntate y come.
No; me haría mal; ¡uf!... estoy muy agitado... qué calor tan espantoso... ¡Si creía que no llegábamos nunca! Siéntate aquí, mientras te traen el almuerzo. ¡Apúrese, José! Y cuenta, ¿qué ha pasado?...
Aquella misma noche aprovechó el momento en que Cecilia vino a encenderle el quinqué al despacho, para decirla risueño: ¿Tienes algo que hacer ahora, Cecilia?... ¿No?... Pues siéntate un momento, que voy a confesarte. La joven le miró con sus grandes ojos claros y suaves, donde se pintaba la sorpresa. Gonzalo la obligó a sentarse. ¿Tienes novio? la preguntó bruscamente.
No, te he hecho venir tan temprano porque durante el día no estamos nunca solos y quiero hablarte... Siéntate... Principiaré por decirte que no estoy descontenta de tu grande hombre... el pintor... un poco corto, un poco tímido... ¡pero en estos hombres de talento hay siempre un encanto!... Y ahora hablemos de cosas serias... ¿Qué... piensas de matrimonio?... Vamos, ¿qué te han parecido mis niñas?
Se estremeció ligeramente y miró en torno. Después se lanzó hacia mí y asiéndome el brazo dijo: ¡No estés en pie! ¡No, siéntate! Estás herido. ¡Aquí, siéntate aquí! Me hizo sentar en el sofá y apoyó la mano en mi frente. ¡Cómo te arde la frente! dijo cayendo de rodillas a mi lado. Reclinó la cabeza sobre mi pecho y la oí murmurar: ¡Pobre amor mío! ¡Cómo te arde la frente!
Era menester que Gonzalo corriese a casa y trajese una butaca. Ahora, siéntate aquí a mis pies. El mancebo se postraba y besaba con entusiasmo los manos que la gentil esposa le tendía. ¡Sansón y Dalila! exclamaba ella riendo y hundiendo sus manos como copos de nieve en la rubia y rizada barba de su marido. Tienes razón respondía él dando un suspiro. Un Sansón sin cabellos.
Finge que estás dormido; que estás enfermo; que no quieres levantarte, lo que sea mejor, ¡pero no salgas! Siéntate aquí, a mi lado, en esta silla.... No, Rorró. Me voy, y no sé cuándo volveré. ¿Irás a verme? Sí... ¿no es verdad? Me escribirás.... Llevo tu retrato, y lo miraré a todas horas, y leeré tus cartas hasta que me las sepas de memoria.
¡Es horrible, horrible! ¡Quisiera no haber nacido!... ¡No digas eso, criatura! El mundo hubiera perdido la gracia de tu presencia en él. Pero cálmate, no te sofoques, no te aflijas. Siéntate y... cuenta, cuenta. ¿Qué te sucede? Que se me ha declarado... ¡ay de mí!... ¿Ay de tí? ¡Ay de él, en todo caso!... Pero ¿quién? ¡Quién ha de ser! ¡¡El rey de los «cipreses»...!!
Palabra del Dia
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