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¿Qué resolver, Jacobo? dijo una voz profunda. La contestación centelleó pronta y claramente. Buscar al hombre y matarlo en el acto. ¡Jacobo! ¡Quien ama el peligro, perecerá en él! ¿Pero esto me la devolverá? Jacobo no contestó, pero se alejó de la ventana, con ánimo de retirarse. No te vayas aún, Jacobo; enciende la vela y siéntate a la mesa.

¿De quién, entonces?... ¡Desgraciado!... ¿De quién, entonces? exclama Franz Maas en el cual se despierta una terrible sospecha. Cierra la puerta y siéntate dice Juan. Voy a contártelo todo. Pasan las horas. La tempestad sacude las hojas de las ventanas. El aceite crepita en la lámpara que humea. Los dos amigos están sentados, con las miradas fijas uno en el otro.

Aguarda, hija, aguarda un minuto nada más.... O mejor dicho, entra en la posada y siéntate.... A ver, un banco, una silla para la señorita.... Espera, Nuchiña, vengo volando. Primitivo, acompáñame . Abrígate, Nucha. Volando no, pero al cabo de media hora, volvió sin aliento. Traía del ronzal una oronda borriquilla, bien arreada, dócil y segura: la propia hacanea de la mujer del juez de Cebre.

¡Silencio! ¡Siéntate! ¡Calla! dijo Carlos Tomás, forcejeando rápidamente por desembarazarse del abrazo de su inoportuna visita. ¡Mírenlo! continuó el forastero, sin hacer caso del aviso y con la mayor despreocupación.

«¡Oh quimerilla!..., ya estás aquí... Pues mira, te esperaba hoy. Anoche supe que cerró el ojo Tomás... No te aflijas, paloma. Más vale así... ¿Qué vas a sacar de esos sentimientos? Siéntate... Espera que quite estos botijos... Si Tomás ya no vivía ¡el pobre!

La señora Angustias le quería con ese cariño de los humildes que, al encontrarse en un ambiente superior, se juntan en grupo aparte. Siéntate a mi lao, Sebastián. ¿De verdá que no quieres na?... Cuéntame cómo marcha el establesimiento. ¿Teresa y los niños, güenos?

Cuando estaba en Gaeta vi a los suizos, que son la guardia del Papa; pero ninguno me dijo ser él el inventor. Si yo hubiese sido Su Santidad prosiguió la tía María , hubiese premiado al inventor con una indulgencia plenaria. Siéntate, saladilla mía, que tengo hambre de verte. No contestó María , me voy. ¿Dónde has de ir que más te quieran? dijo la tía María.

Tu desesperación no es razonable. Lo que temes, no sucederá. ¡Oh, Dios sea loado! exclamó la joven con una risa nerviosa . Tenía razón en confiar en vuestro maravilloso poder. ¿Habéis convencido a mi madre? ¿Ya no iré al convento? ¿Puedo quedarme con vos? ¡Oh! ¡Gracias, gracias, mi ángel bueno! Siéntate, Elena dijo la viuda conduciéndola hasta una silla , y trata de escucharme con calma.

¡Dime quién es ese hombre! ¡quién es esa rubia! chilló de nuevo acercándose a la cama. Pero, ¡qué rubia ni qué berenjenas! exclamó don Bernardino dando un golpe al gorro, que acabó de ladearle; ¿quieres oírme? siéntate, y calla, que tengo muchas cosas graves que decirte. Pasmóse, con esto, misia Gregoria. ¡Ay, Bernardino, por Dios!

7 ¿Y quién de vosotros tiene un siervo que ara o apacienta, que vuelto del campo le diga luego: Pasa, siéntate a la mesa? 8 ¿No le dice antes: Adereza qué cene, y arremángate, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe? 9 ¿Da gracias al siervo porque hizo lo que le había sido mandado? Pienso que no.