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Veíanse sayas rojas o verdes como los pimientos, color de almagre como las calabazas, moradas como las berenjenas, capas y coletos pardos como la piel de los tubérculos, negras ropas de ancianos que iban tomando la torcida color de las alubias, vistosos dengues y pañolones donde parecía haberse reventado toda la hortaliza.

Se prepara una abundante guarnición de berenjenas y pimientos asados en el horno, a los que se les separa la piel y se cortan en pedacitos regulares, salteándolos con un poco de aceite, ajo y perejil. Al servirlos se colocan los filetes en un lado de la fuente, y en el otro lado se coloca la guarnición; se aumenta un poco de jugo, y queda terminado. Es un excelente plato de almuerzo.

¡Dime quién es ese hombre! ¡quién es esa rubia! chilló de nuevo acercándose a la cama. Pero, ¡qué rubia ni qué berenjenas! exclamó don Bernardino dando un golpe al gorro, que acabó de ladearle; ¿quieres oírme? siéntate, y calla, que tengo muchas cosas graves que decirte. Pasmóse, con esto, misia Gregoria. ¡Ay, Bernardino, por Dios!

-Yo te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir. -Ese nombre es de moro -respondió don Quijote. -Así será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.

¡Qué miedo ni qué berenjenas! dijo el otro picado ; consistirá en que me han metido un latigazo sobre el sombrero que me hizo ver estrellas, y que si no se le tuerce la mano al que me lo dió, me raja como una zanahoria, y me ha levantado un chichón , dijo el soldado quitándose el sombrero y tentándose la parte superior de la cabeza.

Dicen los autores que «es una planta de mala complexión». lo es; los hortelanos, para quitarle algo de sus intenciones aviesas, plantan junto a ellas albahacas y tomillos; estas hierbas, como son bondadosas e inocentes, acaban por amansar un poco a las berenjenas.

Debemos advertir que estos judíos herejes, tan elegantes en el vestir, gastaban ciertas espantosas carátulas, con enormes narices, a veces como berenjenas amoratadas y llenas de verrugas, porque los judíos de los tiempos antiguos eran más feos que los de ahora, si bien entonces tenían la mar de dinero, cuando se vestían con tanto lujo.

Unos me decían «zape» cuando pasaba y otros «miz». Cuál decía: -Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa. Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome: -Muy bien hiciste; bien muestras quién eres; sólo anduviste errado en no preguntarle quién se lo dijo.

Había en su expresión un tonillo de lástima impertinente, que poco más o menos quería decir: «¡Si yo soy mucho para ti, tan pequeño!». «Falta saberlo. Te casarás por fuerza. Te obligaré. no me conoces. Soy un tirano, un monstruo, un Han de Islandia; beberé tu sangre... ¿Qué es eso de Han de Islandia? preguntó ella en su prurito de ilustrarse. Han de Islandia es berenjenas.