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Actualizado: 11 de junio de 2025


Le dicen ellos: De David. 43 El les dice: ¿Pues cómo David en Espíritu lo llama Señor, diciendo: 44 Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra y entre tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies? 45 Pues si David lo llama Señor, ¿cómo es su Hijo? 46 Y nadie le podía responder palabra. Ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.

Siéntate. ¡Qué sorpresa! ¿Cuándo has venío? ¿La familia güena?

¡Mi majestad!... ¡Pero si estamos solos, Margarita, si estamos solos! ¡Siéntate aquí al lado mío! Vengo á que hagamos las paces. La reina se sentó al lado del rey, pero con tiesura, con el semblante nublado y sin mirar á Felipe III. ¡Lo que yo digo! ¡eso, eso es! exclamó con impaciencia el rey ; ¡yo soy lo último de todo! ¡Señor! dijo la reina con dignidad.

Conservó un instante la mano del doctor perdida en la suya, estrujándola con sólo un ligero movimiento, y pasada esta efusión extraordinaria en él, volvióse hacia su secretario, que permanecía de pie junto á la mesa manejando papeles y hojas telegráficas. Siéntate, Luis dijo como si le diese una orden acabo en seguida.

El mismo, en cierto modo, participaba de nuestra tristeza. La enferma llamó a Angelina, y le dijo: Niña: ven a platicar conmigo; mañana te vas, y acaso no volverás a verme, porque, desengáñate, hija, ¡mi mal no tiene remedio! El doctor dice que nervios; ¡pero yo no creo nada de eso! El mejor día sabrás que me he muerto.... Pero, niña, no hablemos de eso; siéntate aquí, a mi lado.

Y reteniéndola aún entre las suyas, exclamó: ¡Cuánto tiempo!... ¡Mucho, !... Trae una silla y siéntate. Pero Miguel, sin hacer caso, siguió en pie, y volvió a exclamar, arrasados los ojos de lágrimas: ¡Pobre papá! La mano de la brigadiera tembló un poco dentro de las suyas; pero soltándose en seguida, le señaló de nuevo una silla. Siéntate, Miguel, siéntate.

El ciego alargó su mano hasta tocar la cabeza de la Nela. Siéntate junto a . ¿No estás cansada? Un poquitín replicó ella, sentándose y apoyando su cabeza con infantil confianza en el hombro de su amo. Respiras fuerte, Nelilla; estás muy cansada. Es de tanto volar.... Pues lo que te iba a decir, es esto: Hablando del mar me hiciste recordar una cosa que mi padre me leyó anoche.

Ven acá, salero, siéntate á mi vera, á ver si vivo cien años más. Soledad sonrió con benevolencia. ¿Para qué tanto? ¿No vale más estar á mi vera que vivir cien años? ¡Mucho que ! ¡Bendita sea tu boca, clavel de la Italia! Mejor quiero estar á tus pies una hora que seis meses tomando monedas de cinco duros. Es que no las has visto.

» Siéntate me dijo en cuanto me tuvo delante , y cierra esa puerta, porque tenemos que hablar despacio sobre cosas que no deben ser oídas. »Extrañome la advertencia; pero cerré la puerta y me senté sin decir una palabra. » ¿Sabes me preguntó en seguida , cómo ha quedado nuestro caudal a la muerte de tu padre?

Adelante.... ¡Ah! ¿eres , Pepe? dijo la marquesa alzando los ojos y mirándole por encima de las gafas que se había puesto para escribir. Si la interrumpo me voy. Quería celebrar con usted una conferencia dijo el galán sonriendo. Siéntate un instante. Estoy terminando una carta.

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