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Actualizado: 11 de junio de 2025
He querido que subieses aquí, porque no quería hablarte en la cuadra; aunque eso lo sabe toda la ciudad. No enciendas la vela. Podemos hablar así, a la luz de la luna. Apoya tus pies en este sofá y siéntate aquí a mi vera. En ese jarro hay buen anís. Jacobo no utilizó el aviso. Moreno de Calaveras volvió la cara hacia la pared y continuó: Nada me importaría si no la amase, Jacobo.
Acababa de tomar café; estaba charlando con mi madre y mi hermana en esa pequeña galería de cristales que da a la huerta, cuando entró la Shele. Acudí a su encuentro, la pasé al despacho y cerré la puerta. Siéntate la dije. La muchacha se sentó y yo comencé el interrogatorio. ¿Hace mucho tiempo que estás en Aguirreche? Sí, ya va a hacer mucho tiempo. ¿Cuántos años tienes? Diez y ocho.
No, hijo mío, no respondió el doctor. Precisamente porque está mucho mejor he querido hablar contigo. Siéntate, pues, y hablaremos. Obedeció Amaury sin replicar, mas no libre de inquietud, porque el acento del doctor, por lo solemne, le revelaba que iba a tratarse allí de algún asunto muy serio.
Hoy sí que vienes en ocasión muy oportuna. Por lo tanto, siéntate y dime qué asunto es ese que hace que vengas tan serio, tan estirado y tan correcto.
¿De qué le sirve á usted coger ese papel? gritó la cantante encolerizada. Si usted la destruye, puedo escribir otra declaración. Por eso voy á tomar mis precauciones en consecuencia. Siéntate á esa mesa. Y mostró á Lea el escritorio del que había cogido el papel. La cantante no contestó, ni se movió siquiera.
Siéntate dijo ella ; van á servirnos. Y como el príncipe mirase en torno, sin ver ninguna silla, Alicia le dió ejemplo dejándose caer en un montón de cojines. Miguel se sentó de igual modo junto á una mesilla de nácar del tamaño de un taburete. Sobre ella, una lámpara de pantalla obscura esparcía su redondel de luz suave.
El duque se creía delante de un poder sobrenatural y no pudo irritarse; le faltaba completamente el valor. Adelantó vacilante, y se apoyó en el sillón destinado al secretario. Siéntate, siéntate y no tiembles dijo el bufón dulcificando su voz ; nada te sucederá si tú no quieres que te suceda. El duque se sentó maquinalmente.
¡Pero, hombre, siéntate! decía el doctor asustado al verle ir y venir por el despacho como un loco. No golpees los muebles. Ya sé que de un puñetazo eres capaz de romper esa mesa. No los has matado y has hecho muy bien. ¿Acaso eres tú el primero, ni serás el último, de quien se burle una pájara de esas? Sigue contando... sigue.
¡Dame! dijo la reina con ansia ; dame las tijeras y siéntate á mis pies. La joven, admirada y confusa, se sentó á los pies de la reina sobre un taburete de terciopelo. ¡Oh, y qué hermosos cabellos tienes! dijo Margarita de Austria ; tus cabellos me van á salvar, Clara. Y la reina deshacía con mano trémula las gruesas trenzas negras de doña Clara. ¡Oh!
Las fotografías que daban guardia de honor al lienzo eran muchas, pero colgadas con tan poco sentimiento de la simetría, que se las creería seres animados que andaban a su arbitrio por la pared. «Muy bien, Sr. D. Maximiliano, muy bien dijo doña Lupe mirando severísimamente a su sobrino . Siéntate que hay para rato». Doña Lupe la de los Pavos i
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