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¡Alto! murmuró don Roque al oído de su subordinado. Ya hemos tropezado con uno de los ladrones. El alguacil no entendió más que la última palabra. Fué bastante para que se le cayese el fusil de las manos. No tiembles, Marcones, que por ahora no es más que uno dijo el alcalde cogiéndole por el brazo.

¿No sabes, querido? Esta mañana estuve a punto de hacer una locura, una locura muy grande. Quiñones me mandó ponerle las gotas de arsénico que toma hace tiempo. Cogí el frasco y de repente, como si una mano invisible me levantase el codo, vertí en el vaso la mitad del contenido... ¡No tiembles, cobarde, que no hay motivo!... Jamás me había pasado nada semejante.

El duque se creía delante de un poder sobrenatural y no pudo irritarse; le faltaba completamente el valor. Adelantó vacilante, y se apoyó en el sillón destinado al secretario. Siéntate, siéntate y no tiembles dijo el bufón dulcificando su voz ; nada te sucederá si no quieres que te suceda. El duque se sentó maquinalmente.

Unos lo tomaban por lo serio, le hablaban de su preclaro nombre que pronto iba a encontrar quien lo perpetuase, otros echaban el santo sacramento a broma. «¡Ánimo, Gonzalo! Para sostenerte en este trance fiero aquí tienes a los amigos. ¡No tiembles a la vista del patíbulo!» Y señalaban al altarcito erigido allá en el fondo del salón contiguo y que se veía por la puerta entreabierta.