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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Querido respondió Calvat en tono de sumisión , he consultado con la almohada... vengo a presentarte mis excusas... No estaba ayer ebrio como me dijiste un poco rudamente, y aun añado que no falté a la verdad... Pero he hecho mal, convengo, en venir a repetirte un cuento de niño que debió afectarte profundamente, y que podía ser, que era seguramente, un embuste.
Por dos veces había apartado rudamente a uno de los portadores de la camilla, queriendo ayudar a su conducción. El marqués le miró con simpatía. Debía ser alguno de aquellos hombres del campo que estaban acostumbrados a saludarle en los caminos. Sí; una desgrasia grande, muchacho. ¿Y cree usté que morirá, señó marqué?... Eso se teme, a menos que no lo salve un milagro. Está hecho porvo.
Otra sonrisa, nein, y un movimiento negativo de cabeza. ¡Ah, ladrón! ¡Cómo abusaba de su necesidad!... Y sólo cuando le hubo entregado cinco monedas pudo adquirir el paquete de víveres. Pronto notó en torno de su persona una conspiración sorda y astuta para apoderarse de su dinero. Un gigante con galones de sargento le puso una pala en la mano, empujándole rudamente.
Mientras tanto, que os vacunen, y luego comeréis... A ver unos pantalones viejos pa estos güenos mozos; no es caso de que vayan enseñando las vergüensas al pasaje... Pero queda convenido ¿eh, niños? a la noche os marcharéis nadando. Súbitamente tranquilizados, los polisones se dejaron llevar por los marineros, que los empujaban rudamente, acogiendo este trato con humildad y agradecimiento.
CLEOPATRA. ¡Ah, mis queridas compatriotas! Todas juramos, pero no adelantamos nada con eso. Estos romanos son tan mal educados y brutales, que no se puede esperar de ellos que respeten nuestros juramentos. Al mío le he hecho sangre con los dientes en las narices. ¿Te acuerdas de él? Es un patán, un bruto. ¡Me estrechaba tan rudamente entre sus brazos! ¡Pobre marido mío!
Pero el bufón recordó que tenía mucha prisa, y tomó de repente el camino de la puerta de las Meninas del alcázar. Al entrar, salían algunos hombres, y el tío Manolillo tropezó rudamente con uno de ellos. ¡Qué brutalidad! dijo el tropezado recogiendo un pesado talego que había caído al suelo, produciendo un sonido sonoro.
Al llegar a ella Elena subió a sus habitaciones. Núñez la siguió. ¿No has recibido mi carta? le preguntó rudamente así que puso el pie en su saloncito. Las malas noticias llegan siempre respondió Núñez. Entonces, ¿qué vienes a hacer aquí? A buscar una explicación. Tu cartita tiene más clara la letra que el espíritu. No te ofenderás si te digo que nunca serás la émula de madama de Sevigné.
La hundió entre los hombros, como si quisiera hacerla desaparecer, para no oír, para no ver nada. ¿Pero dónde está Antoñico? Y Rufina, con los ojos ardientes, como si fuera a devorar a su marido, le agarraba de la pechera, zarandeando rudamente a aquel hombrón. Pero no tardó en soltarle, y levantando los brazos, prorrumpió en espantoso alarido.
Pasaba por entre los pupitres del gabinete de escritura, se asomaba a la cantina, subía a las comisiones, deshacía a codazos los grupos de los pasillos y ensoberbecido con la autoridad conferida, empujaba rudamente el rebaño ministerial hacia el salón, refunfuñando con el enfado de un viejo, asegurando que en sus tiempos, cuando él comenzaba, había más disciplina.
»Por lo demás, desde el duque de Arcos hasta el último criado del castillo, todos, excepto yo, lo hacían rudamente sentir la posición en que se encontraba. Modesto y resignado, guardaba silencio, no se quejaba nunca... ni aun a mí, y no derramaba una lágrima; pero con frecuencia había en sus negros ojos, cuando los levantaba hacia el cielo, una expresión de dolor y de dulzura indefinibles.
Palabra del Dia
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