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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Esta, por todo el camino, Jornada, aunque breve, larga, Iban alternando a veces Entre la lengua y el alma, Cuando de unos robles verdes, Entre pálidas retamas, Oigo relinchos y voces, Y alzo la lanza y la adarga; Pero al punto estoy en medio De cinco lanzas cristianas; Mas sin soberbia te digo Que eran pocas otras tantas; Y quizá porque eran pocas, Trajo luego mi desgracia Otras tantas de refresco, Y una, la mejor de España.

Durante la semana, paseando entre las cajas del taller, manchado de tinta y oliendo a papel húmedo, pensaba nostálgicamente en los cerros cubiertos de pinos, alcornoques y robles, en los matorrales que se abrían ante el hocico de los venados, escapando éstos después con un bufido de alarma, en los grandes espacios de cielo azul, con las cimas nevadas del Guadarrama en el fondo, como una muralla de almenas de plata que brillan al sol.

No deja desposarme, Y aquella noche, con armada gente, La roba, sin dejarme Vida que viva, protección que intente, Fuera de vos y el cielo, A cuyo tribunal sagrado apelo. Que habiéndola pedido Con lágrimas su padre y yo, tan fiero, Señor, ha respondido, Que vieron nuestros pechos el acero; Y siendo hidalgos nobles, Las ramas, las entrañas de los robles. REY. Conde. CONDE. Señor. REY. Al punto.

Levanté los ojos. Había enrollado alrededor de su frente un espeso follaje de robles y se hallaba parada sobre el dolmen, ligeramente apoyada sobre un haz de tiernos árboles; bajo la media luz de la enramada, su blanca vestidura tomaba el brillo del mármol, y sus pupilas chispeaban con un fuego extraño, en la sombra proyectada por el relieve de su corona. Estaba bella y creo que ella lo conocía.

Más de la mitad de él, por la parte superior, estaba rodeado de un espeso bosque de robles. Los de Fresnedo se ocultaron allí sin ser vistos de la gente de la romería. Hallábase ésta en todo su esplendor. Hervía el campo con rumor gozoso de cantos y risas y pláticas ruidosas.

Su nariz es bien encantada y tornátil, así como la Giralda de Esbilia; sus ojos son algo rasgados, pero que cada uno será mayor que la bahía de Gadir; sus cejas son dos hermosas selvas de robles y jarales, y todos sus demás adherentes a este tenor. La muchacha quiere casarse, el Alafrit otro que tal, y tu imprevisión le ha llevado la sopa a la miel, el bocado a la boca.

Verdad; vuestra esposa Luisa de Robles es querida del sargento mayor don Juan de Guzmán, y aun sospecho que lo que lleva en la Luisa, sea cosa de ese mayor sargento, como no me cabe duda de que Inesita, á la que llamáis vuestra hija, es cosa, cosa indudable, de un paje talludo. Os aconsejo que dotéis bien á la Inesita, porque es hija de buen padre. Pues mirad, ya lo había yo sospechado.

En vista de lo cual, sumariamente averiguado, y teniendo de ello conocimiento el rey, mandó su majestad que esta sumaria pasase á un alcalde, el cual alcalde mandó que fuesen presos donde fuesen habidos los expresados don Juan de Guzmán, Luisa Robles, Inés Martínez, Cosme Aldaba y Cristóbal Cuero, por delito de robo y otros, cometidos contra la hacienda y en la honra y en otros extremos y particulares del cocinero mayor de su majestad.

El bosque admiró y entusiasmó a la dama por encima de todo. Era una masa de robles añosos donde no penetraba jamás un rayo de sol. El suelo estaba limpio de abrojos, tapizado de césped que convidaba a reposar. Ninguna otra finca de recreo de la provincia poseía aquel regalo, procedente quizá de la primitiva selva donde se había fundado el monasterio que dio origen a Lancia. Quiso descansar un instante debajo de aquella bóveda verde por donde la luz se cernía trabajosamente. Reinaba una paz, un amable sosiego que impresionaba como el silencio y la luz dormida de una, catedral gótica, pero con emoción más dulce. Apoyó la espalda en un árbol y paseó largo rato su mirada asombrada por la espesura. El conde estaba en pie algo más lejos. Ambos permanecieron mudos largo rato. Por fin el caballero sintió, sin verlo, que los ojos de la dama estaban posados sobre él. Resistió algunos momentos la atracción magnética de aquella mirada. Cuando al cabo volvió la suya vio que en efecto le contemplaba de hito en hito con expresión risueña y audaz que le hizo bajar la vista. Amalia soltó una alegre carcajada.

Se apearon, y rodeando la quinta del Marqués, entraron en el bosque de robles donde meses antes don Víctor había buscado a su mujer ayudado del Magistral. «¡Cuántas cosas se explicaba ahora que no había comprendido entonces!». No importaba; la verdad era que del furor que en su corazón había hecho estragos después de la visita nocturna de don Fermín, ya no quedaban más que restos apagados: ya no aborrecía a don Álvaro, ya no se figuraba imposible la vida mientras no muriese aquel hombre: la filosofía y la religión triunfaban en el ánimo de don Víctor.

Palabra del Dia

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