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Actualizado: 12 de junio de 2025
En testimonio de verdad. Pero Ponce Lucas.» Libróse asimismo testimonio de haber desaparecido: Del cuarto del cocinero, su mujer, Luisa Robles, y su hija Inés Martínez. De las cocinas, el galopín Cosme Aldaba. De la servidumbre de la reina, el paje Cristóbal Cuero. Y se tomaron declaraciones, y por estas declaraciones se averiguó que la cocinera tenía un amante, que se llamaba Juan de Guzmán.
Fieme en el buen Tomillas, tañedor de laúd e dulzaina, e él dará rebato en toda aventura... mas hele, hele por do viene. Mala landre me mate si no somos acometidos. Tres campanarios armados entran por la calle, de cada paso llevándose media plaza de andadura, y en las manos menean por mazas sendos robles o palos de navío. El miedo vos face abultar las cosas, buen Tomillas.
Debajo percibió una mancha amarilla, el bosque de robles de la Granja. Más abajo las torrecillas anaranjadas de su casa solariega. La lluvia ha cesado. Un viento frío barre las nubes y las precipita detrás de los montes. El firmamento se despliega trasparente con el pálido azul de los días de otoño. Algunas estrellas apuntan ya como diamantes en el horizonte.
Después de algunos minutos de marcha, atravesamos un puente de madera echado sobre un río y nos hallamos delante de una puerta maciza y ogival abierta en una especie de torre y flanqueada por dos torrecillas. Era esta la entrada del antiguo castillo. Robles y abetos seculares forman, alrededor de estos despojos feudales, un cerco misterioso que les da un aire de profundo retiro.
Últimamente tomó afición a una finca de labor y recreo que poseía en las inmediaciones de la población y comenzó a mejorarla notablemente. Denominábase la Granja: distaba poco más de dos kilómetros de Lancia: tenía una casa grande y vieja y destartalada: a espaldas de ella un hermoso bosque de robles y delante grandes y feraces praderas.
«¡El mundo, la locura, los arrojaba de su solitario recreo! ¡El siglo lo invadía todo!». Y la emprendían por el camino de Castilla y otras calzadas polvorosas entre las filas interminables de álamos y robles.
Uno de ellos, más soleado que cuantos había dejado atrás, apareció de repente a mi vista en un vallecito, al pie de una ladera rapidísima, por la cual descendía mi jamelgo paso a paso entre un laberinto admirable de viejos y copudos robles que parecían puestos allí para mantener las tierras del monte adheridas a su esqueleto: tan agria era la cuesta.
Por un postigo salieron de la huerta y entraron en el bosque de corpulentas encinas y robles retorcidos y ásperos. Ocupaba el bosque las laderas de una loma y el altozano, que era lo más espeso.
Un auto del Nacimiento, de Pedro Suárez de Robles , nos ofrece noticias interesantes para formar una idea exacta del estado de los dramas religiosos.
La montaña estaba delante, y el camino comenzaba a ser harto pendiente y agrio para un paseo higiénico. D. Fermín propuso descansar en un bosquecillo de robles que señoreaba el camino: subieron a él y se sentaron. «Ya estoy cogido; preparémonos,» pensó Andrés.
Palabra del Dia
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