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Con esto se revolvió toda la ciudad y se puso en punto de armas. Lo que las negociaciones no pudieron desatar, cortaron las armas. Los plebeyos cercaron la cárcel con mucha gente armada de espingardas, ballestas y espadas y cuatro piezas de artillería que sacaron de la casa del duque de Medina Sidonia; rompieron puertas y ventanas y dieron libertad á los presos

A doña Rebeca le temblaron los pellejos a falta de otra cosa, y la poca carne con que Narcisa contaba para adorno de su persona se puso toda de gallina, muy áspera y granujienta; Julio se revolvió en la cama hostil quejoso, y la niña de Luzmela se sintió poseída de una vaga inquietud.

La brigadiera, respuesta al instante del susto, se revolvió airada y le vomitó tres o cuatro insultos feroces, y después tuvo por oportuno desmayarse. Tío Manolo salió del gabinete batiendo las puertas y soltando juramentos.

Ya sabes que le tengo bien aprendido en la memoria... El hombrazo se revolvió en su banco gruñendo un poco, y dijo al fin, con voz cavernosa y resonante: En ese que llamas pasaporte no hay cosa que me agravie, y puede estamparse siempre a la misma luz del sol: bien lo sabes . ¡Pero cuidado con el retintín! porque hay bocas que hasta el mismo «Credo» de la misa hacen sonar a lo que no es...

Entonces doña Rosalía, arrepentida sin duda de haber lastimado a su hijo, se revolvió furiosa contra Maximina. ¡Buena hipocritilla estás también! Haces la comedia y lloriqueas, hasta que consigues que yo le pegue... Ante aquella injusticia, la pobre niña quedó como aturdida un instante; en su semblante descompuesto se adivinaban los esfuerzos que hacía para no romper a llorar a gritos.

Con esto el Masageta tuvo por menor mal dejar la mujer, que morir él, y dando riendas y espuelas á su caballo, paso adelante; pero las lágrimas y quejas tan justamente vertidas de su mujer le detuvieron. Revolvió su caballo, y emparejando con ella, le hechó los brazos, y con besos y lagrimas se despidió y apartó enternecido, y levantando luego el alfanje le cortó de una cuchillada la cabeza.

El asalto fué rapidísimo, abatiéndose los obstáculos con esa facilidad que parece centuplicar la fuerza de los ataques populares en días de revolución triunfadora. La puerta cayó rota, y toda la ola humana se revolvió un momento en su quicio, penetrando después á borbotones en el interior de la casa.

La muleta pasó sobre los cuernos, y éstos rozaron las borlas y caireles del traje del matador, que siguió firme en su sitio, sin otro movimiento que echar atrás el busto. Un rugido de la muchedumbre contestó a este pase de muleta. ¡Olé!... Se revolvió la fiera, acometiendo otra vez al hombre y a su trapo, y volvió a repetirse el pase, con igual rugido del público.

Parecía un cortesano de Luis XV o un cochero de casa grande. Don Roque, que así se llamaba, se revolvió en el asiento y dió una voz. ¡Marcones! Un alguacil octogenario se acercó al respaldo del palco con la gorra azul de grande visera charolada en la mano. El alcalde conferenció con él algunos momentos.

El también, pensando en su hijo, se lamentó como la esposa: «¿Por qué habremos venido?...» El también, con la solidaridad del dolor, compadeció á los del otro lado. Sufrían lo mismo que ellos: habían perdido á sus hijos. Los dolores humanos son iguales en todas partes. Pero luego se revolvió contra su conmiseración.