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El tío Frasquito era soltero, rico, vivía ordenadamente, no tenía vicios conocidos, ni tampoco deudas; era afable, cortés, servicial, complaciente, tenía modales de doncella pudorosa y cadencias en la voz de damisela presumida.

Considerad ahora cuántas reflexiones no acudirán á la mente al contemplar aquel poyo de piedra, terrible monumento que acredita toda la flaqueza y rápida caducidad de esta nuestra máquina humana, tan temeraria, impetuosa y presumida en las breves horas de la juventud, si por acaso le presta sus alas la fortuna..... Mas sigamos nuestra descripción.

En No hay burlas con el amor se nos ofrece una dama presumida y muy llena de su importancia con vis cómica extraordinaria, y á la vez un enredo que consiste en las pretensiones de un galán enamorado verdaderamente de la hermana de aquélla, pero temeroso de los obstáculos que puede suscitarle tan vana é insensata señora, por cuya razón finge amarla y habla con ella con frases rebuscadas, logrando de este modo conseguir el objeto que su pasión le inspira.

Prefiero la antigua y gallarda letra española.... Pero, en fin, la de usted es clara y hermosa. ¡Esta letra inglesa tan amanerada y presumida! Y después de un rato de silencio: Ya sabe usted: viernes o sábado.... Vendré por acá.... No; yo le llamaré a usted. Entiendo que no le caí mal a Castro Pérez. Así me lo dijo dos días después el bueno de don Román.

Al cuerpecito de una niña presumida y muy ataviada lo llamó colmena de Lucifer, cuya miel endulza el veneno, y de donde salen las abejas y los zánganos de punzantes aguijones, o sea un maldito enjambre de vicios, pecados y sandeces.

«Puerca, fantasmona, mamarracho gritó doña Lupe destruyendo con manotada furibunda todos aquellos perfiles que la chiquilla había hecho en su cabeza . En esto pasas el tiempo... ¿No te da vergüenza de andar con la ropa llena de agujeros, y en vez de ponerte a coser te da por atusarte las crines? ¡Presumida, sinvergüenza! ¿Y la cartilla? Ni siquiera la habrás mirado... Ya, ya te daré yo pelitos.

No; no cabe duda: el bueno del P. Enrique me estima; me tiene en alto concepto, merced a su mucha indulgencia; me quiere como a prójimo predilecto; pero todo lo demás es sueño absurdo; es presumida imaginación mía. Y más vale así». Y al terminar doña Luz con estas palabras, suspiraba para desahogarse, como quien se quita grave peso de encima.

Además, o es uno hombre, o no lo es; o tiene o no tiene entrañas de humanidad, agallas para ir por donde vayan y hacer lo que hagan otros; o sirve o no sirve para algo más útil y de mayor jugo y provecho que pisar alfombras de salones; engordar el riñón a fondistas judíos, sastres y zapateros de moda; concurrir a los espectáculos; devorar distancias embutidas en muelles jaulas de ferrocarril, y gastar, en fin, el tiempo y el dinero en futilidades de mujerzuela presumida y casquivana.

Como era tan presumida y extravagante en su vestir, creí que doña Flora preparaba para su propio cuerpo aquellas vestimentas; pero luego conocí, viendo su gran número, que eran prendas de comparsa de teatro, cabalgata o cosa de este jaez.

Cuando al meterse en la cama aquella noche recordaba el lance, se le encendía la sangre y disparaba injurias mentales contra la rústica chicuela. Por la mañana, al vestirse, todavía las seguía disparando, porque todavía seguía recordando el desaire. Al mediodía lo mismo. Allá en el pensamiento, y aun entre dientes, la apellidaba tonta, soez, presumida y hasta fea.