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Dios me libre de murmurar añadió un caballerete pero él anda demasiado absorbido por sus negocios, y ella es demasiado guapa; además sin ofenderla, me parece que ella se alegrará de tener ocasiones en que convencerse de hasta donde llega el poder de su hermosura. ¿Tan presumida es? preguntó una voz femenina.

La Nela no pudo acudir pronto, porque habiendo conseguido sostener entre sus cabellos una como guirnalda de florecillas, sintió vivos deseos de observar el efecto de aquel atavío en el claro cristal del agua. Por primera vez desde que vivía se sintió presumida. Apoyándose en sus manos, asomose al estanque. ¿Qué haces, Mariquilla?

Su padre era un progresista ridículo, que se entusiasmaba hablando de Espartero; su hermano un demagogo ateo, de los que hacen burla de Dios y la Divina Providencia; su madre una pobre señora, a quien se le figuraba ser santa porque era hacendosa, y Leocadia una chicuela presumida, que se pasaba la mañana embandolinándose el pelo.

Donde decía: "Nada hay tan feo y despreciable como una joven altanera", ponía la discípula: "Nada hay tan ridículo y digno de risa como una vieja presumida". Alborotábase la miss, daba parte a D.ª Carmen, llamaba ésta a su hijastra, la reprendía dulcemente, y al verla triste y acongojada desarrugaba el ceño y la besaba cariñosamente. Y hasta otra.

Como vulgarmente se dice, le echó muchísimas flores; pero, con tal arte, que la más presumida no hubiera creído al oírlas que eran nacidas de amor, ni negado tampoco resueltamente que de amor naciesen, porque iban enlazadas con miramientos tales que acaso se hubiera podido interpretar por temor de ofender lo que las contenía dentro de ciertos límites.

No era presumida, ni tampoco descuidada en su persona; no se la podía tachar de desenvuelta, ni tampoco de huraña. Coqueterías, jamás en ella se conocieron.

7 Hacer fineza el desaire, del licenciado Diego Calleja. 8 Encontráronse dos arroyuelos, de D. Juan Vélez. 9 La Virgen de la Fuencisla, de D. Sebastián de Villaviciosa, D. Juan de Matos y D. Juan de Zavaleta. 10 El honrador de sus hijas, de D. Francisco Polo. 11 El hechizo imaginado, de D. Juan de Zavaleta. 12 La presumida y la hermosa, de D. Fernando de Zárate.

Alguien ha dicho que amores desgraciados la empujaron a la devoción primero, a la caridad propagandista y militante después. Mas Zalamero asegura que esta opinión es tan tonta como falsa. Guillermina, que fue bonita y aun un poquillo presumida, no tuvo nunca amores, y si los tuvo no se sabe absolutamente nada de ellos. Es un secreto guardado con sepulcral reserva en su corazón.

La dama más encopetada no desdeña por amiga, ni se avergüenza de ir acompañada de las hijas o de la mujer de un empleadillo cualquiera, con tal de que por sus modales y facha no sean impresentables. La pobreza del vestido se perdona también, como no se haga notar por presumida extravagancia o por abominable mal gusto.

La más célebre y la mejor de ellas es La presumida y la hermosa: su intriga ó enredo es muy divertido, y están bien caracterizados los tipos de dos hermanas, una de más edad, loca, pretenciosa y presumida, y la más joven dotada de gracia natural, y simpática á todos; pero, sin embargo, echamos de menos en ella esa inspiración poética que combina elementos aislados, hábilmente dispuestos, infundiéndoles animación y vida.