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»Y por la noche, cuando me acuesto, pongo el relojito sobre la mesilla: su andar suave resuena en la alcoba. ¡Mar-cha! ¡Mar-cha!, parece que me dice. Y yo marcho, Pepita; yo leo una muchedumbre de libros, yo emborrono una atrocidad de cuartillas, pero esa gloria tan casquivana no llega, no llega... »Adiós; escríbeme. «Pepita: Ya soy un periodista político terrible.

Tomaba y dejaba los novios inconsideradamente, con lo cual adquirió fama de coqueta y casquivana. Pero esto no es obstáculo para que una muchacha encuentre adoradores. Al contrario, el amor propio de los hombres les incita a dedicar sus lisonjas a tal clase de mujeres, siempre con la esperanza vanidosa de ser el clavo que fije la rueda de la veleta.

Conmigo tenían cierta tolerancia, y como sólo se trataba de cartitas y tonterías, dejé correr el engaño, pasando por casquivana... Algunas veces me apropiaba deliberadamente las faltas de Asunción, por el beneficio que me traían... ¿no entiendes? Mi mayor gusto era ver rabiar a D. Diego, diciendo que no se casaría nunca conmigo.

Y desempeñando su papel, por seguir la broma, Laura ofreció más dulce a Vázquez... Luego le convidó con un licor de su cosecha... y dejó que admirara su habilidad esta vez verdadera en el arreglo de la casa... A su vez, Coca no olvidó un momento de hacerse la coquetuela, melindrosa y casquivana.

Me has afirmado que no sabías nada de las fechorías de Luciana, a pesar de que estabas perfectamente informada, con pruebas, y has dejado a Máximo, un amigo, caer sin socorro en el lazo que le tendía esa casquivana. Papá, se había confiado a y yo le había jurado el secreto. Has hecho mal, muy mal. Una joven que quiere y respeta a su padre no tiene secretos para él.

¿Sabe usted insinuó don Pedro que mi prima Rita se me figura algo casquivana? Por el paseo va siempre entretenida en si la miran o no la miran, si le dicen o no le dicen... juraría que toma varas. ¿Que toma varas? repitió el capellán, quedándose en ayunas del sentido de la frase grosera.

Por el contrario, mostrábase muy duro con ella; se estaba sin hablarle semanas enteras; otras veces la reprendía con acrimonia y sin motivo: la llamaba frívola y casquivana.

Debía mostrarse cruel, fingir despego, hacerle sufrir como una moza casquivana, antes que decirle la verdad. Imperaba en ella esa preocupación de la hembra vulgar que confunde el amor con la virginidad física. Una mujer sólo podía ser esposa del hombre al que llevase como tributo de sumisión, la integridad de su cuerpo. Ella debía ser como su madre, como todas las buenas mujeres que conocía.

¡Cómo lo has de ver, Ricardo, si has demostrado mil veces que eres incapaz de conformarte con tu suerte y hasta has pensado en que tu vida debía concluir el día en que una tontuela casquivana te dijo que no le daba la gana de quererte.

Toda mi felicidad podía venir a tierra si a mi esposa le faltaba un poco de aplomo en el cerebro. «¿Será una mujer casquivana?», me preguntaba con miedo. Y cada vez la observaba con más atención, interpretaba escrupulosamente sus menores actos y palabras y me perdía en un mar de cavilaciones. Al cabo no pude menos de desahogarme.