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Sus conversaciones tenían ese carácter de afectada cordialidad que da barniz de amistad al trato de personas indiferentes; sus amables futilidades parecían exigencias del círculo que frecuentaba; sus galanterías imposición trazada por la teatral urbanidad de los salones.

Además, o es uno hombre, o no lo es; o tiene o no tiene entrañas de humanidad, agallas para ir por donde vayan y hacer lo que hagan otros; o sirve o no sirve para algo más útil y de mayor jugo y provecho que pisar alfombras de salones; engordar el riñón a fondistas judíos, sastres y zapateros de moda; concurrir a los espectáculos; devorar distancias embutidas en muelles jaulas de ferrocarril, y gastar, en fin, el tiempo y el dinero en futilidades de mujerzuela presumida y casquivana.

Allá en la redacción, donde pasaba la noche, hablaban horas enteras de tales cosas, sin que él se esforzase por retener en su memoria una sola palabra, abstraído en la lectura de periódicos y revistas. ¿Cómo podían interesar a nadie tales futilidades?... Pero con el deseo de agradar a aquel buen amigo que le trataba con cierto respeto por escribir en los papeles públicos, hizo un esfuerzo y contestó, sin saber ciertamente lo que decía: , creo que el gobierno va a caer.

El segundo estilo, de tal manera identificado con el espíritu de gravedad y de misticismo austero que caracteriza á la política y gobierno de Felipe II, que no parece sino que el arte quiso simbolizarlo, es el llamado greco-romano, debido á la revolucion que acababa de hacer en la arquitectura el genio altivo, osado y un tanto sombrío de Miguel Angel, sustituyendo á los órdenes acumulados y sobrepuestos del estilo del renacimiento un órden único y colosal en cada edificio, y proscribiendo como futilidades pueriles los follages, grotescos, estípites, candelabros y demas adornos prodigados por los adeptos de aquel.

Su vida interior le causaba demasiados tormentos para pensar mucho tiempo en estas futilidades. El escepticismo le minaba sordamente. El mundo le parecía cada vez más incomprensible. La idea constante de que todo lo que le rodeaba era una pura apariencia, cuyo verdadero sentido permanecería eternamente ignorado para el hombre, engendraba en su alma una melancolía profunda, que se reflejaba bien en su frente pálida y en la sonrisa triste e indiferente que plegaba sus labios. La experiencia toda entera decía Kant no es más que el conocimiento del fenómeno, no de la cosa en .