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Actualizado: 20 de junio de 2025


Creyó que Ana le seguiría, le llamaría, lloraría.... Pero pronto se sintió abandonado. Llegó al portal. Se detuvo, escuchó... Nada, no le llamaban. Desde la calle miró a los balcones. Ninguno se abría. «No le seguían ni con los ojos. Aquella mujer se quedaba allí. Todo era verdad.

Yo dije: ¿qué pasará? y Samaniego salió de la tienda preguntando: ¿qué hay? ¿Cómo que qué hay?. El inglés entonces, con un terror que no puedo pintarte, nos dijo: 'Señor muerto; señor como muerto'. Corrió allá Pepe y yo detrás. En el portal había un corrillo de gente; unos salían, otros entraban, y todos se lamentaban del suceso. Subí con Pepe... la puerta estaba abierta.

Un camino en cuesta baja de la Ciudadela pasa por encima del cementerio y atraviesa el portal de Francia. Este camino, en la parte alta, tiene a los lados varias cruces de piedra, que terminan en una ermita y por la parte baja, después de entrar en la ciudad, se convierte en calle.

Aquí es, y ¡no hay portería! dijo al torcer la esquina de la calle de la Pasión, entrando en seguida en el portal empedrado con cantos, y cuyas paredes estaban llenas de monigotes pintados con carbón por los chicos. ¿Qué ha de haber, señorita? en el patio nos darán razón. Adelantose el aya, siguiola Paz y penetraron ambas en el patio, que era de los que tienen corredores con puertas numeradas.

Llegados al portal y al secretario regio, halláronle en animado coloquio con un joven y elegante caballero, muy deseoso al parecer de conseguir entrada en la abadía. ¿Os llamáis Marvel? decía Roldán de Parington. Pues me parece que no habéis sido presentado aún. Así es, contestó el otro.

De pie en aquella triste altura, vió de nuevo su aldea nativa en la vieja Inglaterra y su hogar paterno: una casa semi-derruida de piedra obscura, de un aspecto que revelaba pobreza, pero que conservaba aún sobre el portal, en señal de antigua hidalguía, un escudo de armas medio borrado.

Al revés de la otra casa, el alcázar de la otra dinastía de Villavieja: la mansión de los Carreños, la menos vieja de todas las de la villa, con su poco de color en la fachada, vidrieras de a cuatro cristales, un jardinillo en la trasera, suelos firmes y a nivel y techos de cielorraso; la chimenea ahumando casi siempre; mucho ruido de sartén y mucho tufo de cocina; mucho barullo en todo, y para todo poco aseo; los muebles casi amontonados en la sala; los colores crudos y chillones; mucha jaula con pájaros de mucha voz y grande y sucio comedero, como el mirlo y el malvís entre otros; palomar en la buhardilla y mastín suelto en el portal; en fin, dinastía sin abolengo, plebeya, encumbrada por la fuerza del dinero y de la intriga en tiempos no lejanos.

Esperarme; pero al llegar conmigo á la esquina me da una disculpa cualquiera y se larga.... Y cuando coso en el Muelle, ó en alguna calle del centro, me espera en el mismo portal: allí estamos un rato hablando, y luego ... cada uno por su lado. Como usté comprenderá, esto no halaga nada á una mujer.... Por eso me gustan más los de mi parigual. ¿Y quiénes son esos? Pues los chicos del comercio.

En Villavieja apenas se conocía ese lujo ni aun en las casas más pudientes: el maderaje descubierto, con un par de lechadas o dos manos de una tierra amarilla que abundaba en un covachón de la sierra. La vivienda de las Escribanas era mucho mayor y hasta mucho más vieja. Se entraba por un portal obscuro, con gallinero y todos sus accesorios y consecuencias.

El caserón, no obstante, tenía su alegre nota. Como la voz del grillo en una grieta del sepulcro, así era la voz del conserje Alonso, cantando peteneras en su habitación cercana al portal y en el patio. Era un hombre casi viejo, de buena pasta, honrado y comedido.

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