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Actualizado: 28 de junio de 2025
La primera, según se viene de la mar por los valles de Langreo y San Martín del Rey Aurelio, es Tiraña, la segunda la Pola, capital y sede del Ayuntamiento; enfrente de ésta Carrio, más allá Entralgo y detrás de él, en los montes limítrofes de Aller, Villoria, la más numerosa de todas. Por último, en el fondo del valle, á cada orilla del río, están Lorío y Condado.
Deseaban que aquellos tesoros subterráneos saliesen pronto á luz; estaban ávidos de que en la Pola, capital del concejo y partido judicial, se introdujesen reformas y mejoras que la hiciesen competir dignamente con Sama, capital del vecino concejo de Langreo. En Sama se encendían por las noches faroles de petróleo para alumbrar á los transeuntes. En la Pola ni soñarlo siquiera.
Desfiló ante el vapor toda la costa de la Marina; luego, el cabo Huertas, el lejano puerto de Alicante y el cabo de Santa Pola. A la caída de la tarde, el Mare nostrum estaba frente al cabo Palos, y tuvo que navegar aguas afuera para doblarlo, dejando Cartagena á lo lejos.
En ocasiones, cuando algún caballero de la Pola venía á visitarle, repentinamente comenzaba á dar furiosos paseos en su presencia, y parándose de improviso y señalando con extravío á las paredes y al techo de la estancia exclamaba: ¿Ve usted este salón? ¡Pues los pájaros no tardarán mucho tiempo en anidar aquí!
Luego, encogiéndose de hombros, dijo sordamente: Está bien... Desde aquí voy á la Pola á despertar al señor juez para que envíe por ti... Ya dirás en la cárcel lo que sabes. El rostro de la Pura se cubrió de intensa palidez y balbuceó: Haz lo que quieras... Yo nada sé... Pues adiós... ¡Hasta pronto! Nolo dió unos cuantos pasos precipitados monte abajo... ¡Ven acá! le gritó Pepa.
Dios sabe lo que entonces sucedería. Porque era un traidor aquel hombre, ¡un diablo del infierno! Pero una tarde, como viniese emparejada con su novio de la Pola, á donde había ido á comprar algunos enseres de cocina, se cruzaron con algunos mineros que, lejos de saludarles al uso tradicional de la tierra, los miraron con burlona curiosidad.
En Sama se comía carne fresca todos los días. En la Pola, salada todo el año, excepto cuando á algún vecino se le antojaba sacrificar una res y vender una parte de ella. En Sama había ya un café con mesas de mármol. En la Pola sólo algunas tabernas indecorosas.
Gracias al esfuerzo tenaz, incansable, rabioso de los dos cónyuges, aquello había prosperado lindamente. El tío Pacho se quebraba los riñones cercando y rompiendo terreno comunal para ponerlo en cultivo, plantando avellanos, construyendo almadreñas; la tía Agustina, su mujer, cuidando el ganado, hilando, fabricando quesos y mantecas que llevaba los jueves á vender á la Pola.
Como el proyecto era aceptable y Nolo jamás había estado en la capital, tanto por interés como por dar un respiro á su hijo, el tío Pacho cedió de buen grado y le facilitó los medios para realizarlo. El mozo de la Braña encargó en la Pola un traje de pantalón largo hecho de pana gris, mercó un sombrero de anchas alas y unos borceguíes de piel amarilla.
Cada cual se iba después para su casa y tranquilos y felices dejaban caer sus miembros fatigados sobre dos blandos colchones, tan blandos y esponjados como pudieran tenerlos el juez de la Pola ó el capitán de Entralgo. Los enviados rodearon la huerta y desembocaron en una espaciosa corralada abierta delante de las tres casas.
Palabra del Dia
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