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Actualizado: 3 de junio de 2025
A la tercera, Fortunata había salido. Dos horas después entró, trayendo un paquete en la mano. «¿Que de dónde vengo? Pues de comprar unas cosillas. ¿No me dijiste que querías una corbata? Mírala». Una noche entró Maximiliano bastante excitado. Le tomó la mano a su mujer, y haciéndola sentar a su lado, le dijo a boca de jarro: «Hoy he conocido a ese pillo que te deshonró».
Todo es por tanto pillo como hay en la política pulpitante, y el aquel de las suscriciones para las vítimas. Yo que Dios, mandaría a los ángeles que reventaran a todos esos que en los papeles andan siempre inventando vítimas, al cuento de jorobarnos a los pobres de tanda.
Acordándose entonces del último diálogo que tuvo con su sobrina cuando ella le mandó llamar después de ver a don Juan en la Moncloa, el estanquero pensó: «El grandísimo pillo me busca; tenía razón la chica; pues sí que iré, y veremos por dónde respira. ¡Canalla...! ¡A ese sí que no le faltará dinero para tener queridas!» <tb> Son las once Y media de la mañana.
Guimarán estaba triste sin cesar; aquel sol de Justicia que adoraba, tenía sus eclipses y el espectáculo de la maldad ambiente desanimaba al buen ateo hasta el punto de hacerle dudar del progreso definitivo de la Humanidad. «Laurent decía bien, estábamos nosotros mucho más adelantados que los bárbaros. ¡Pero había cada pillo todavía! ¿Y la amistad?
«¿Pero se va usted...? ¿Se ha puesto malo? ¿Es que no le gustan mis sermones?». «Si no me voy, la entrego pensaba el misántropo, apretando los labios... . Esta pícara me está asesinando». ¿Te vas, Manolo? le preguntó D. Baldomero desde el otro extremo de la habitación. ¡Si me echan, padrino...! Su hijita de usted me quiere desterrar. ¡Ay, qué pillo!... Si es todo lo contrario.
Las molieron mejor que lo estaban entre las palmas, liaron los cigarros en silencio, encendió el tío Pepe la yesca después de dar veinte golpes al pedernal con el eslabón, y cuando comenzaron á fumar, sin otros preámbulos le metió el puño por el vientre al mozo de Entralgo y exclamó riendo: ¡Vé por ella cuando quieras, pillo! Quino agradeció la caricia tanto como la gentil respuesta.
Estaba con la cabeza baja y el pensamiento en lejanía. ¡Pillo! murmuré, a pesar mío. No, no era un pillo corrigió la Pinta, volviéndose a mirarme con gesto dolido . No era cura todavía; seminarista nada más. Quería casarse conmigo. Nos escapamos. El padre de él le cogió. Mi madre no quiso admitirme en casa. Después, claro está.... Estoy segura que mi novio sigue queriéndome.
El infeliz que a veces no sospechaba haberla inspirado, es un «pillo, un canalla, un ladrón, un asesino, un...» el diccionario entero de denuestos. «Ya sé lo que quiere decir, habría dicho P. L. Courrier: es que tenemos opiniones diferentes». Lo que los españoles y nosotros llamamos calavera, se llama cachaco en Bogotá.
El pillo criollo, en sus comienzos, se revela con facilidad al ojo menos observador. Le cuesta deshacerse de la cáscara del compadrito, origen común de todos ellos, que son generalmente muchachos de la última clase, vendedores de diarios ascendidos a carreros o sirvientes, y cuya educación e ilustración son casi nulas.
Tengo para mí que si Susana fijó sus hermosos ojos en su primo, fué de tanto oír echar pestes contra ese perdido, ese pillo, ese indecente de Quilito. ¿Qué había hecho el infeliz? Susana no lo sabía; nunca consiguió saberlo. Su bondadoso corazón sufría de verle tratar así, y de escuchar todas las picardías que la madre y el padre, rencorosos, decían de la tía Casilda y del tío Pablo Aquiles.
Palabra del Dia
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