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Perico no pudo menos de decirle sotto voce: ¿Bailas, eh? ¡Veremos mañana qué dice Duhamel!... Estará celestial, celestial. Mañana me escapo, me escapo. De fijo, revientas, revientas, revientas como un triquitraque. No lo creas. ¡Me siento tan bien! exclamó ella bebiéndose un vaso de grosella que le presentaba el hispanófilo Monsieur Anatole.

Sin ser tímido ni beato, sentía profunda repugnancia por esa libertad de modales que tanto suele agradar á los mozalbetes. Por este lado, pues, no marchaban á la par las aficiones de ambos amantes. Y acaeció lo que era de esperar. El padre de Soledad tenía un íntimo amigo de alguna menos edad que él, llamado Perico Velázquez, hombre famoso en la villa por su guapeza y su trato suelto y cortés.

Los muchachos lo siguieron, y entonces pasó una cosa extraordinaria, una cosa realmente extraordinaria... Viéronle alejarse por los corredores con la punta del pañuelo blanco asomando indiscretamente por el bolsillo de los faldones del jaquet... Aquel trapo cómico hacía pensar que se hubiese subido apresurado los pantalones en algún gabinete higiénico, dejando fuera una punta de las faldas de la camisa... El trapo blanco se movía conforme caminaba, como una cola sainetesca... ¡Y nadie, ni Perico Sosa, nadie se rió!

Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos.

En una y otra lucha hay errores fatales de cálculo que en un segundo conducen al abismo, y en una y otra, si vencen de ordinario los hábiles, en ocasiones los osados lo arrollan todo y a su vez triunfan. Perico poseía a fondo la ciencia del juego, y además observaba atentamente el carácter de sus adversarios, método que rara vez deja de producir resultados felices.

Mira, Perico, guárdame un buen sitio esta noche dijo un joven que formaba parte del grupo; guárdame un puesto, que tengo que ir esta noche á primera hora al parador del Agujero á recibir unos amigos que vienen de Zaragoza. Y después añadió con misterio, dirigiéndose á otros dos ó tres que parecían amigos suyos: Buenos chicos aquellos chicos de Zaragoza, de que os he hablado. Esta noche llegan.

Chiquitín y con perfil de cotorra, parecía un perico que se dispone a encaramarse por el tronco de un árbol.

Uno de los compañeros atisbó al diputado Vidal que guiaba un tílbury, y escapó a colocarse a su lado, lanzando chillidos horrísonos. «¡Perico! ¡Perico! padre de la patria, aguárdameEl otro tuvo la felicidad de ver a su novia en carretela y fue a colocarse de pie en el estribo. Quedó Miguel solamente en espera de algún amigo; pero no acababa de pasar.

La aldeana recibió tal impresión, que no acertó á decir ni hacer nada, y se dejó acariciar por la condesa, inmóvil y desfallecida, pero soltando por sus ojos tristes un diluvio de lágrimas. Después charlaron mucho de cuanto les había pasado. Pedro, que no podía tomar parte en la conversación, derramaba la vista con semblante distraído por los contornos. Perico, te estás aburriendo.

¿Pero este majadero, qué se habrá llegado a figurar? murmuró estrujando el periódico. Y al poco rato, viendo entrar jadeante, corriéndole el sudor por la frente a Brutandor, se encaró con él diciéndole: Oyes, Perico, ¿te sientes con fuerzas para dirigirme en las arduas tareas del periodismo?