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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Diógenes, cada vez más postrado, lloraba en silencio; el viejo, buscando a tientas la mano del enfermo, añadió apretándosela con todas sus escasas fuerzas: Porque querrás que yo lo vea... ¿No es verdad, Perico?... Querrás confesarte... ¡, padre..., quiero! ¡Con usted... Ahora mismo! exclamó Diógenes tendiendo los brazos hacia él, como un niño que llama a su madre.

Calla ordenaron de pronto los ojos elocuentes. Y Sardiola obedeció. Era que entraban Duhamel, Miranda y Perico. Duhamel examinó con minuciosidad aquella pieza, y declarola, en su jerga luso-franca, abrigada, cómoda, baja asaz y ventilada mucho, y en todo conveniente para la enferma.

Las banquetas que sirven de sillas, no tienen más inconveniente que el ser más duras que el pié de Perico. En fin, nos sentamos.... ¿Qué gritos son esos? me dice mi mujer. Efectivamente, los mozos del establecimiento gritaban como unos energúmenos; pero un gritar rabioso, descompasado, que lastimaba las orejas. Aquella gritería descomunal era el resultado de una costumbre del establecimiento.

Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: Es preciso que tenga usted tino con su hermanita. Que no tome más baños. ¿Pero está de cuidado, de cuidado? interrogó el mozo abriendo cuanto podía sus ojos chicos. Podrá estarlo muy en breve.

En resumidas cuentas, lo mismo me da caminar contigo por aquí que con un árbol frondoso: eres tan fresco y tan sombrío como cualquiera del Retiro. Y cuando algún amigo los tropezaba y les decía: Siempre juntitos, ¿eh? Miguel contestaba guiñando el ojo: El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Perico ponía una cara muy indigesta y masticaba algunas palabras de disgusto.

¡Y lo digo, Perico, lo digo! repuso gravemente el viejo . La alcanzan, , por cierto... Y en ti mismo lo ves ahora..., porque las habrás rezado... ¡, padre, ..., siempre, siempre! Y se las enseñé a Monina... Ni una noche las dejé, aunque hubiese...

Mendoza se puso colorado y comenzó a balbucir: ¡Yo no he sido!... ¡Demasiado yo!... El conde se ha empeñado... Decía que era necesaria una persona... No nos atrevimos a ponerte a ti por si no querías... De todos modos ya sabes... Bueno, bueno; ya lo todo repuso Miguel con acritud. Pero estas cosas, querido Perico, se dicen por si no convienen. Así quedó el asunto.

Perico, hecho a vivir en perenne divorcio consigo mismo, no podía sufrir la soledad que le obligaba a reunirse a propio; y por lo que toca a Miranda, terminada su temporada de aguas, notablemente restablecida su salud, parecíale que ya era hora de acogerse a cuarteles de invierno y de gozar en paz los frutos de la medicación.

Miranda y Perico se retiraron a la del lado, a asearse, y tácitamente, sin discusión alguna, se resolvió que enferma y enfermera se quedasen juntas, y los dos hombres ocupasen, juntos también, la cámara próxima.

A ver, señora Filosofía si no me dice usted esas cosas á mi hermana tendremos que vernos las caras. Estése usted quieta y deje á Perico en su casa, porque todos tenemos trapitos que lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada habrán de quedar limpios. Miren el mocoso dijo la Razón que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada, ¿qué sería de esos badulaques sin ?

Palabra del Dia

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