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Actualizado: 11 de junio de 2025
Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico.
A ver, ¿dónde está Perico? ¿Anda por ahí Perico? preguntó con el mismo despotismo. El señor Gobernador se ha retirado ya manifestó el oficial. Pues el secretario.... ¿Dónde está el secretario?... A ver, el secretario. Condujéronle a su despacho y se encerró con él. Al cabo de unos minutos salió con las mejillas un poco más amoratadas.
Salió gritando y pidiendo auxilio; acudió primero Sardiola a sus voces, y meneando la cabeza, dijo: «Se acabó.» Miranda y Perico llegaron en breve; justamente estaban en casa por ser las once, hora de cambiar el lecho por el almuerzo.
En cuanto a Perico, escondió la cabeza entre las manos, y murmuró más de tres docenas de «Jesús, Jesús.... Válgame Dios, válgame Dios.... Qué desgracia, qué desgracia...» y aún debo añadir, en honra de la sensibilidad del insigne pollo, que se demudó bastante su rostro, y pugnaron por asomar a sus lagrimales, y asomaron al fin, unas cuantas gotas de eso que los poetas llaman rocío del alma.
Llegándose a la cama, y tirándole cariñosamente de los pelos, comenzó a decir riendo: Animal, procura estrecharte un poco, y no ronques, porque voy a acostarme contigo. ¡Qué honor para ti y para tu familia! ¿verdad?... Pero has de ser modesto. Perico, ¡cuidado que lo propales por ahí!
Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilar se le deshacía el pulmón que le restaba, paulatinamente, como se deshace una tabla roída por la carcoma.
Al acabar de decir estas palabras, extinguiose su voz; Isabel le tendió la mano con ternura, y Fernando se apresuró a enjugar las lágrimas que no había podido contener. Entretanto, el señor Perico permanecía de pie con una pluma en la mano y sin atreverse a hablar. Juanita concluyó tranquilamente la lectura del contrato.
No quise omitir estos pormenores, a fin de que no se crea que Perico era malo, siendo así, que de investigaciones y curiosos datos estadísticos resulta que aún valía más que las dos terceras partes de la prole de Adán.
Al cabo de un cuarto de hora de pasear por aquel inmenso y sucio camaranchón, apareció un mozo con el rostro embadurnado también de carbón, empuñando una campana de bronce que hizo sonar con fuerza; y encarándose al propio tiempo con nuestro joven, gritó reciamente: ¡Viajeros al tren! Oye, Perico gritó el expendedor desde la taquilla. ¿Quién te ha mandado dar la señal?
Ni un poquito, ni un muchito... Tú me juzgas demasiado débil, Perico... Es necesario que te vayas convenciendo de que soy una aldeana en toda la extensión de la palabra... Y si no, mira... mira... La condesa emprendía á correr desaforadamente por el monte arriba; pero á los pocos pasos dejábase caer jadeante sobre el césped, llamando burlón y cazurro al joven porque se estaba riendo.
Palabra del Dia
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