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¡Oh!, , señora. ¡D. Diego es tan bueno...! Y nos trata como si fuéramos todos iguales. ¡Como si fuerais iguales! exclamó doña María con ligeras muestras de enfado. No..., vamos al decir... indiqué corrigiendo mi lapsus . D. Diego es un caballero, y nosotros unos badulaques..., quiero decir que nos trataba sin tiranía... ¡Pobre D. Diego!

Ya mueren aquí las gentes sin llamarme, tan tranquilas, como si fuesen perros exclamaba indignado. Cada vez hay menos entierros. Ya van al cementerio sin acordarse de don Facundo, escoltados por centenares de badulaques que se pirran por molestar á la Iglesia asistiendo á eso que llaman actos civiles. Señores... ¡entierros civiles en las Encartaciones! ¿Quién podía figurarse que veríamos esto?...

No los dirigió porque la Empresa tenía contratado para ello un viejo académico irascible que llamaba a los autores badulaques cuando osaban hacer sobre la representación de su obra la más tímida advertencia. ¿Qué sabían los autores del arte? ¿Qué sabían los cómicos del arte? ¿Qué sabía el público ni los periodistas del arte?

Verdad sea que aquello de no dejarme crecer las uñas y de casarme otra vez, si se ofreciere, no se me pasará del magín, pero esotros badulaques y enredos y revoltillos, no se me acuerda ni acordará más dellos que de las nubes de antaño, y así, será menester que se me den por escrito, que, puesto que no leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje y recapacite cuando fuere menester.

Por de pronto, vuelta hacia abajo, porque no hay necesidad de que los badulaques de la Glorieta me atisben; y vamos poco a poco poniendo el caso a su verdadera luz, como si le ventilara ante un tribunal de maliciosos que dieran a este acto mío una significación a su gusto.

que llegaste, y en vez de ir á mi casa fuistes con unos badulaques al café de la Fontana, donde te hicieron hablar y hablaste ... y por cierto que lo hiciste muy mal. Todos se han reído de ti. Estuviste después alborotando toda la noche con los que apedrearon la casa de Merilleu. ¡Ah! no, señor; yo no. De cualquiera manera que sea, tu conducta es imperdonable.

A ver, señora Filosofía si no me dice usted esas cosas á mi hermana tendremos que vernos las caras. Estése usted quieta y deje á Perico en su casa, porque todos tenemos trapitos que lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada habrán de quedar limpios. Miren el mocoso dijo la Razón que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada, ¿qué sería de esos badulaques sin ?

Delirios... lo mejor es el desprecio... A estos badulaques se les desprecia... Bueno está mi sobrino para meterse en lances, él que se asusta de entrar en un cuarto sin luz. ¡Pobrecillo Maxi!, ¡tiene un corazón de oro, y ahora que está tan dado a estudiar lo del otro mundo, se le ocurren unas cosas...! ¡Vaya con lo que me decía anoche!

Por fin, saliendo al corredor, vio venir a su amiga presurosa, acalorada... «No me riñas, hija; no sabes cómo me han marcado esos badulaques en la estación de las Pulgas. Que no pueden hacer nada sin orden expresa del Consejo.

Como esas casas no son más que vanidad y vanidad, por no confesar que le faltaban los cuartos y no pedirlos a una persona de conocida honradez, pongo por ejemplo, un servidor, va y los recibe de un pillastre, de una sanguijuela que le está chupando cuanto posee. Buenas cosas van a decir de nosotros los badulaques de la Junta de Orense.