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Actualizado: 12 de mayo de 2025
En Trembles siempre era recibido con mucho cariño, y Domingo le perdonaba la mayor parte de sus rarezas en gracia a la vieja amistad que les unía, y en la cual D'Orsel ponía, por cierto, todo lo que le quedaba de corazón.
Nuestros ojos sonreían, cambiando largas miradas impregnadas de pasión; nuestros labios murmuraban frases de amor; nuestras manos se buscaban en la oscuridad y se oprimían, tan pronto viva como débilmente. Gloria me preguntaba aún muy bajito si la perdonaba. Yo respondía que sí y que la adoraba.
No le perdonaba su afectación hipócrita en llenarle de ridículo, y, sobre todo, no le perdonaba que hubiese intentado desmoralizarla, exponiéndola con un orgullo de demonio, su teoría perversa, y tanto menos la perdonaba, cuanto que sentía que había casi logrado su objeto, y que poco a poco el veneno iba infiltrándose en sus venas.
Y cuando tras una declaración como esta que halagaba su amor propio, dándole cierta tranquilidad para después de la muerte, pasaba por las calles de Alcira con su hábito modesto y su mantilla, no muy limpia, saludada con afecto por los vecinos más importantes, le perdonaba a su Ramón todos los devaneos de que tenía noticia y daba por bien empleados los sacrificios de fortuna.
Llegó Bonis al ensayo oliendo a agua de colonia, risueño y arrogante hasta el punto que él podía serlo. Gran algazara había en el escenario. Serafina, radiante, se lo perdonaba con una interjección o una inclinación de cabeza, y cargaba con la responsabilidad.
Vamos, tú lo que quieres es emborracharme, ¿eh? le dije con sonrisa protectora . ¡Qué chasco te llevas, hija! A mí no ha conseguido emborracharme nadie jamás. Prepara el Guadalquivir de manzanilla si deseas verme ajumado. Matilde, deja a ese maleta... ¡Si es un gallego! dijo a la sazón la tía pescueza de las manos amorcilladas, que no me perdonaba el mostrarme insensible a sus enormes glándulas.
Otra cosa, de las que enojaban algo a Poldy, era la presencia en la fotografía de aquellas tres bayaderas tan ligeramente vestidas y tan poco modestas y comedidas en sus bailes. Pero también Poldy se mostraba indulgente con este desafuero del indio, y si no le disculpaba, le explicaba y casi le perdonaba.
Perdonaba, pues, y todos iban á vivir en adelante en la más perfecta concordia. El señor Roussel había ido á su casa para vestirse y volvería para comer con la familia y los amigos de la señorita Guichard. Algunos de los presentes no conocían á Fortunato; otros le conocían sólo de vista. Muchos le consideraban como un hombre muy importante por su fortuna y por su posición social.
Ahora bien, ¿qué hubieran hecho ustedes si se les colocase delante del rostro, a dos dedos de la boca, una mano semejante? Besarla, estoy seguro. Pues eso es cabalmente lo que yo hice: besarla y escaparme riendo sin echar siquiera una mirada a su dueño. Detrás de mí oí gran algazara y muchas carcajadas femeninas, por lo cual comprendí que se me perdonaba de buen grado la audacia.
Todo lo hallaba sabrosísimo: hablaba por los codos; cubría de atenciones y finezas a su esposa. Estaba como loco; formaba proyectos descabellados; perdonaba a todo el mundo y se deshacía en elogios de su suegra. ¿Sabes lo que te digo, Carlota? Que quiero a tu madre como si fuese la mía, y que me alegraría que viniese un día a comer con nosotros.
Palabra del Dia
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