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Actualizado: 12 de junio de 2025
¿Fea? ¡Nada de eso! ¿Quién ha dicho que es usted fea? No lo digo yo, ni lo dice nadie, y menos... Ricardo Tejeda. Encendióse la rubia al oír este nombre. Ricardo había sido su novio, lo sabía yo muy bien, él mismo me lo dijo en el Colegio, y Teresa no le perdonaba a mi amigo que, a poco de «terminar» con ella, hubiera visto con demasiado interés a la elegante y encantadora señorita.
El lo prometió solemnemente. Pensando en la falta de su cuñada, se repetía con frecuencia: «Del agua mansa me libre Dios, que de la corriente me libraré yo». Y desde entonces no sólo perdonaba a su mujer aquella ligereza y frivolidad, afición al lujo y carácter altanero que tanto le habían disgustado, sino que llegó a ver en estos defectos una garantía de su fidelidad.
Luego buscó prestada una ratonera, y con cortezas de queso, que a los vecinos pedía, contino el gato estaba armado dentro del arca. Lo cual era para mí singular auxilio. Porque, puesto caso que yo no había menester muchas salsas para comer, todavía me holgaba con las cortezas del queso, que de la ratonera sacaba, y sin esto no perdonaba el ratonar del bodigo.
Tendiome su mano enflaquecida, me perdonaba, no me maldecía ya, me amaba; me amaba, sí; amaba al pobre Gerardo, que ha olvidado todos sus sufrimientos... Pero no es esto, señora, de lo que quiero hablarle, sino de usted... de usted, de quien él se acuerda sin cesar. Pues que ella me cree muerto dijo, que no salga nunca de su error.
Fernando sintió al verla indecisión y timidez; pero ella, deteniéndose un momento, vino en su auxilio. Le saludó, preguntando con un retintín irónico cómo había pasado la noche. Sonreía protectoramente, dando a entender que perdonaba a Ojeda su travesura de niño grande. Todo estaba olvidado... Y le tendió una mano antes de alejarse, continuando su marcha de ritmo varonil.
No le perdonaba sus hábitos de despilfarro y el poco aprecio que hacía del dinero gastándolo tan sin sustancia. Ni una sola vez, ni una, le había dado un pico para que se lo colocase a rédito.
Tupac-Amaru, aunque en sus edictos proscribia todo europeo, perdonaba á cuantos se le presentaban, si conocia podia sacar algun partido de su habilidad ú oficio, y particularmente lograban un seguro salvo-conducto los que tenian algun conocimiento del manejo de las armas y profesion militar.
Y sobre todo se guardó muy bien de emitir ninguna idea científica o filosófica, pues por experiencia sabía que esto era lo que no se perdonaba en aquella sociedad. Hasta procuró refrenarse cuando alguno de aquellos jóvenes le inspiraba más simpatía y afecto que los otros. El cariño es en sí ridículo y precisa guardarlo en el fondo del corazón.
Sin embargo, anoche ni siquiera se apercibió usted de que estaba en el teatro; todo el tiempo le estuve observando y no apartaba usted sus ojos de aquellas cochers... Se cambiaron los papeles; Isagani que venía para pedir explicaciones, las tuvo que dar y se consideró muy feliz cuando Paulita le dijo que le perdonaba.
El general deseaba castigar á los vecinos principales de Villeblanche, y él había considerado por su propia iniciativa que el dueño del castillo debía ser uno de ellos. El deber militar, señor... Así lo exige la guerra. Después de esta excusa reanudó los elogios á Su Excelencia. Iba á alojarse en la propiedad de don Marcelo, y por esto le perdonaba la vida.
Palabra del Dia
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