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Actualizado: 25 de julio de 2025
Don Modesto agarró la perdiz, dio gracias, se despidió y se fue echando pestes contra los gatos. Durante toda esta escena, Dolores había dado de mamar al niño y procuraba dormirle, meciéndole en sus brazos y cantándole: Allá arriba, en el monte Calvario, Matita de oliva, matita de olor, Arrullaban la muerte de Cristo Cuatro jilgueritos y un ruiseñor.
El espanto dominaba toda la casa: los antiguos retratos al óleo de sus antepasados, y hasta el del feroz mayor de caballería, tiritaban entre los marcos dorados, y perdían la tiesura lineal y angulosa del pincel primitivo que había inmortalizado aquellos absurdos artísticos; los muebles tomaban un aspecto solemne, y parecían, por su alineación severa, la serie de los bancos de los acusados; los relojes se paraban, los sirvientes ganaban los confines de la casa; mi tío, que comenzaba por esbozar una súplica en su rostro de marido hostigado durante veinticinco años, concluía por doblar el cuello y hundir su barba en el pecho, ni más ni menos que una perdiz a la que un cazador brutal descarga a boca de jarro los dos cañones de la escopeta.
De uno de estos escondites salió, al pasar el Provisor, como una perdiz levantada por los perros, el señor don Custodio el beneficiado, pálido el rostro, menos las mejillas encendidas con un tinte cárdeno. Sudaba como una pared húmeda. El Magistral miró al beneficiado sin sonreír, pinchándole con aquellas agujas que tenía entre la blanda crasitud de los ojos.
¡Que se ha perdido el rastro, y tenéis ahí en esa escudilla los restos envenenados de la perdiz! Tenéis razón, tenéis razón, Montiño dijo el bufón-; pero esto desaparecerá, desaparecerá, yo os lo juro. Y yendo á un negro fogón que le servía para condimentar su pobre comida, el tío Manolillo hizo fuego, y puso sobre él la escudilla de madera con los restos de la perdiz.
El tío Manolillo buscó con ansia un plato entre los que cubrían la mesa de la reina, y vió uno solo puesto delante del plato de Margarita de Austria. Aquel plato estaba adornado con berros. Era una perdiz que tenía todas las patas.
La perdiz acosada se metió en un espeso zarzal: el halcon persiguiéndola se entró tambien en él; pero viendo el rey al cabo de largo rato que su pajaro favorito no parecia, mandó á sus monteros cortar aquella maleza y sacarlo.
Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro: "¿Nabos hay? No hay para mí perdiz que se le iguale; coman, que me huelgo de verlos comer." Repartió a cada uno tan poco carnero, que en lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes.
Un paje de la reina se presentó poco después. Tío Manolillo dijo , os aconsejo que os escondáis por algún tiempo. Pues ¿qué pasa, hijo? contestó dominándose el bufón. Que habéis dado un susto á su majestad, y no ha acabado de almorzar; se ha dejado casi todo lo que tenía en el plato cuando entrásteis vos. ¿Pechugas de perdiz?... Eso es... ¡una perdiz que olía tan bien!... me la he comido, tío.
Cada cual dirá lo que se le antoje. Lo que todos tendrán que decir, sin discrepancia, es que dar muerte en buena lid y en ancho circo a seis o siete toros bravos es mucho menos cruel que matar a una perdiz atrayéndola con reclamo o que matar a un cerdo o a un pollo. Se me objetará que esto último no se hace por diversión, sino por necesidad o por casi necesidad de alimentarnos.
El pájaro cayó como fulminado y rebotó con sordo ruido sobre la seca tierra de la viña. Era un magnífico macho de perdiz, de color vivo, rojos y duros como el coral el pico y las patas, armado de espolones como un gallo, casi tan ancha la pechuga como la de un pollo cebado. Caballero me dijo el señor Domingo adelantando en dirección a nosotros, excuse el haber tirado sobre la muestra de su perro.
Palabra del Dia
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