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Actualizado: 25 de julio de 2025


Ana oyó los gritos y se apresuró a perdonar aquella debilidad inocente de su esposo. «Todos los cazadores son así», pensó con la benevolencia de la fiebre incipiente. Volvió don Víctor y la sonrisa dulce, cristiana de su esposa, le restituyó la calma, ya que la perdiz no podía. Hasta la una y media no concilió el sueño su mujer, y entonces y sólo entonces, pudo don Víctor disponerse a dormir.

Vuestra esposa me llevó inocentemente á las cocinas... yo aderecé la perdiz... pero en el momento que estuvo servida, me fuí á vuestro aposento y dije á vuestra mujer... «salváos...»; la dije que podíais ser preso... y en esto fuí hombre de bien, porque pudiendo salvarme solo, quise salvaros también.

Cuando están cocidas se sacan las dos perdices a una cacerola, se pasa la salsa y se espesa con chocolate y corteza de pan tostado y molido; la perdiz así es sabrosísima.

Aquella perdiz verde que le presentaba la inflexible mano del tío Manolillo, le devoraba, le mordía, le magullaba el alma, por decirlo así.

Y el señor don Vicente Cascante, senador del reino, para enardecer el celo de la casa de Dios, que se lo comía, comióse él una pechugita de perdiz con gesto de pesar profundo.

Mirad ésto; faltan las pechugas... mirad aquéllo, y señaló en un rincón un pedazo de perdiz, junto á la cual estaba echado, impasible, un gatazo rodado. El Chato devora cuanto halla, porque es un gato pobre, y no ha querido ese pedazo de perdiz. Los animales conocen la muerte. ¡Que Dios tenga piedad de la reina! ¿Y qué hacer?

En este momento se oyó un estrépito: era el comandante que perseguía, dando grandes trancos, al pícaro de Morrongo, el cual, frustrando la vigilancia de su dueño, había cargado con la pescada. Mi comandante le gritó Manuel riéndose , sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato. Pero aquí hay una perdiz en cambio.

Llevaba el Rey una tiara no menos estupenda, ajorcas y brazaletes, y por zarcillos dos redondas perlas, del tamaño cada una de un huevo de perdiz. Su cabellera le caía en bucles perfumados sobre la espalda, y la barba formaba menudísimos rizos, artística y simétricamente ordenados. Su vestido y su persona despedían delicada fragancia.

Sois cobarde... exclamó Quevedo ; suceda lo que quiera, yo voy á buscar al médico de su majestad... guardad esa perdiz, guardadla; sobre todo, quitadla de esa fuente, que es de plata... El bufón quitó los restos de la perdiz de la fuente, los echó en una escudilla, y con ellos el pedazo que había arrojado al gato. Entre tanto, Quevedo había desaparecido.

Julián, no sabiendo qué hacer de su persona, quedóse pegado a don Eugenio, y le vio realizar dos proezas cinegéticas y meter en el morral dos pollitos de perdiz, tibios aún de la recién arrancada vida.

Palabra del Dia

buque

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