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Actualizado: 25 de junio de 2025
¡Pero habéis sido ciego... miserablemente ciego!... exclamó con acento de desprecio y de cólera el bufón habéis sido ciego, y por vuestra ceguera ese infame Guzmán ha podido volver loca á vuestra esposa... ha podido hacerla un instrumento de muerte... y todo por vos... por haber sido tonto. ¡Oh Dios mío! pero su majestad... Esa perdiz se ha servido en el almuerzo de la reina dijo el bufón.
Si es mía, si la maté yo... si estoy seguro de que fue mi tiro.... ¡Es lo más vanidoso!... ¡Anselmo! oye esto que digo: mañana al ser de día, ¿entiendes? te personas en casa de don Tomás, y le pides de mi parte, con la mayor energía y seriedad, la perdiz, esté como esté, ¿entiendes? y que no es broma, y aunque esté pelada, que quiero que me la restituya... Suum cuique.
¡Cómo! ¿pues no decía Cristóbal que los polvos con que estaba aderezada la perdiz eran un hechizo? ¡Bah! Cristóbal y vuestra mujer creen eso, pero yo no lo creí nunca. ¡Ah, Judas traidor! ¿conque tú sabías que era veneno? Como vos sabéis que os llamáis Francisco; me lo había dicho don Juan de Guzmán, y... me había ofrecido tanto dinero... ¡Oh! ¡infame!
Ni fue el último, porque más adelante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo fuego Julián. El perdiguero ladraba de entusiasmo y de gozo.... Mas ninguna perdiz cayó.
¿Que me han informado mal? Sí por cierto: ¿sabéis lo que eran los polvos con que se avió la perdiz que se puso en la mesa de su majestad? Un veneno tal, que el paje Gonzalo que comió las pechugas de la perdiz, reventó á los cuatro minutos, y que hizo que el gato del tío Manolillo, que siempre está hambriento, no quisiera comer los pocos restos que quedaron de la perdiz.
Pálido, contraído, yerto, con la boca dilatada, los ojos fijos, desencajados, espantosos, los brazos extendidos, crispados los dedos, erizados los cabellos, temblando todo, estaba horrible por el terror que sentía; detrás de aquella perdiz verde veía un cadáver... el cadáver de la reina, y detrás del cadáver de la reina, los dos palos escuetos y rojos de la horca.
Y al fin Montiño se vió delante del tío Manolillo, que con los ojos como brasas, amenazador, terrible, le mostraba una escudilla de madera en la cual había algunos berros, y los muslos, las patas, los alones y el caparazón de una perdiz, todo verde, como los berros sobre que estaba.
Mi Isabelita vino al mundo el día mismo en que el cura Merino le pegó la puñalada a Su Majestad, y tuve a Rupertito el día de San Juan del 58, el mismo día que se inauguró la traída de aguas». Si los diez y siete chiquillos hubieran vivido, habría sido preciso ponerlos en los balcones como los tiestos, o colgados en jaulas de machos de perdiz.
Eso es; además, y para que no te equivoques, ten presente que la perdiz estará adornada con berros, y que tendrá todas las patas y el pico. No se me escapará. Veremos si eres hombre de ingenio. Descuida. Procura que sea de los primeros platos. Ya... Después... Inesilla te quiero mucho, y la señora Luisa quiere mucho también á don Juan de Guzmán... el viejo es rico y puede morir...
¿Pero qué otra ni qué diablo es ese? ¡Ea, venid conmigo, que recuerdo que aquí, en la calle del Arenal, hay una hostería! Montiño se dejó conducir. Hostería del Ciervo Azul, leyó Quevedo en una muestra sobre una puerta. Pues señor, aquí es; yo no he almorzado más que un tantico de pichón, y no me vendrá mal una empanada de perdiz. Y empujó adentro á Montiño.
Palabra del Dia
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