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El proyectil, pasando por entre los telares, rebotó sobre un poste, cayendo casi a los pies del tío. ¡Se escapó...! ¡Figúrate lo que harán esas malditas cuando estén solas! Se comen más palomas y gallinas que yo, rompen los huevos, y resulta que hago gastos para mantenerlas regaladamente. El día menos pensado mato todos los animalitos, y se acabó la diversión.

Entonces, los que contemplaban al marqués, esperando sus primeras palabras, viéronle inclinar la cabeza hacia atrás, soltar la copa que empuñaba su mano trémula, y, exhalando un alarido salvaje, desplomarse en el suelo, sobre el cual rebotó su colodrillo pelado y reluciente, sin que nadie hubiera podido recibirle entre sus brazos, porque entre los primeros síntomas del acceso, tan fáciles de confundir con los de una grande emoción, y la caída, no transcurrió mucho más tiempo que el que transcurre entre el fulgor que deslumbra desde el seno de la nube, y el rayo que mata.

El pájaro cayó como fulminado y rebotó con sordo ruido sobre la seca tierra de la viña. Era un magnífico macho de perdiz, de color vivo, rojos y duros como el coral el pico y las patas, armado de espolones como un gallo, casi tan ancha la pechuga como la de un pollo cebado. Caballero me dijo el señor Domingo adelantando en dirección a nosotros, excuse el haber tirado sobre la muestra de su perro.

Oyose un estruendo horrible debajo; saltaron trozos de abetos en infinitas direcciones, y la enorme piedra rebotó a unos cien pasos con nuevo ímpetu, descendió luego una rápida pendiente, y de un último salto fue a caer sobre Yégof, aplastándole a los mismos pies del general enemigo. Todo ello fue obra de escasos segundos.

Rebotó como un pelota por entre las nudosas cepas; brincó por cima de los muros de piedra que las sostenían; salvó como una flecha sembrados de maíz; metióse de patas en los regatos, mojándose hasta la cintura, por no detenerse a seguir las pasaderas de piedra; salvó vallados tres veces más altos que su cuerpo; cruzó setos, saltó hondonadas y zanjas, no comprendió por dónde ni cómo, pero el caso es que, arañado, ensangrentado, sudoroso, jadeante, se encontró en los Pazos, y maquinalmente volvió al punto de partida, la capilla, donde entró, enteramente olvidado de los cuatro cuartos, primer móvil de sus aventuras todas.