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Pero se sintió repelido por esta penumbra olorosa de cueva abierta moteada de luces, y siguió adelante, aspirando con delicia el aire libre. ¡Oh, lady!... ¡Buenos días! Una mano de mujer, descarnada y larga, estrechó la suya con una rudeza varonil. El sol hacía brillar los botones dorados sobre el paño color kaki de un uniforme de soldado inglés.

Estaban ambos vestidos de terciopelo negro atrencillado con aforros de seda, y sólo sus rostros y sus manos recogían la claridad escasa de la penumbra. Un rayo de sol, turbio de corpúsculos, entraba tras una madera entreabierta, iluminando, sobre la pared del fondo, una gran tapicería que atrajo la mirada de Beatriz.

Sin embargo, una parte del misterio que en su imaginación había circundado a las Aliaga, se fue aclarando, como los contornos de una figura que parece fantástica en la penumbra y luego a la plena luz cobra una realidad más simple. Acaso la más linda era Laura. Unía la sensibilidad excesiva a cierta actitud de calma inalterable.

Lo primero que pensó fué buscar una piedra, un árbol, algo donde atar la cuerda del bote, que sostenía con su diestra. Tuvo miedo de que durante la noche la resaca se llevase mar adentro esta embarcación, que representaba su única esperanza. Buscando en la penumbra, dió con un grupo de arbustos vigorosos cuyas ramas llegaban á la altura de su cabeza.

Se apiadarán de al verme tan vieja, tan cansada.... Pero á pesar de su cansancio se irguió, con un gesto de altivez ofendida. No había mendigado nunca, y á los setenta años era tarde para empezar. Debo verle...necesito verle. La fatiga le hizo caer en un banco entre dos árboles del bulevar. Brillaban en la penumbra las puertas de cafés y tabernas como bocas de horno.

Pero a pesar de esto, repetía sus palabras de gratitud. ¡Gracias, muchas gracias! Se llevaba con ella algo que no le iban a quitar: la dulce melancolía del recuerdo, que puede embellecer la penumbra de una existencia resignada. Pensaría en él, como en un otoño suave, cuando sintiese el frío de la soledad.

Fue cediendo la puerta lentamente, como si estas palabras fuesen de un poder mágico. La presión exterior, cada vez más enérgica, la ayudó a girar sobre sus goznes, arrollando las últimas resistencias de Mina. Y luego de quedar abierta se cerró de golpe, dejando en absoluta soledad la penumbra del corredor. ¡Pobre Wagner!... ¡Pobre Víctor Hugo!...

Detalles más o menos, he ahí el proceso que lleva al brillo social a una familia que vivió siempre en una discreta penumbra. En breve tiempo su nombre, repetido por los diversos conceptos ya señalados, viene a formar parte de nuestra indefinida aristocracia, de nuestro gran mundo.

Don Íñigo parecía no haber oído un solo vocablo, como si su espíritu flotara en región demasiado lejana; pero de pronto sus grandes ojos, donde la vida se apagaba como la última penumbra en agua inmóvil y triste, comenzaron a manar, sin el menor movimiento de los párpados, un humor abundoso, un flujo de lágrimas.

Sólo diré para concluir que en el teatro, durante la representación, deben amortiguarse las luces y quedar el público en misteriosa penumbra, á fin de que la luz y la atención se fijen en la escena: que una vez el telón descorrido, deben cesar las conversaciones y deben abstenerse las damas y los caballeritos de flirteos ó coqueteos: y que terminada la representación, debe haber mucha luz para que las mujeres muestren su hermosura y sus galas.