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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Aresti recordaba la página de la Muerte en el libro de San Ignacio, una página de brutal realismo, que hacía temblar á los hombres y llorar de horror á las mujeres. «Mirad lo que pasa en aquel cuerpo: antes hermoso é idolatrado, ya muerto: ya está sepultado, ya cayó.... Luego, se le acercan los moscones, escarabajos, sapos y sabandijas, y se saborean y complacen en el mal olor que despide y en la podre que empieza á manar; también se acercan los ratones, taladran sus vestidos ó mortaja; se enredan entre el cabello, entran en la boca y empiezan á comer la lengua, salen luego y registran todo el cuerpo entre carne y vestido.
Sus ojos estaban inflamados, como si fuesen á manar sangre; su voz era trabajosa, cual si tirasen de ella, no dejándola salir el alcohol y la cólera. ¡Vesten! dijo con imperio á Batiste, avanzando una mano amenazante hasta rozar su rostro . ¡Vesten ó te mate! . ¡Vete!.. ¡Vete ó te mato! ¡Irse!... Esto es lo que deseaba Batiste, cada vez más pálido, más arrepentido de verse allí.
No lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos; pero, pues la señora doña Rodríguez lo dice, debe de ser así. Pero tales fuentes, y en tales lugares, no deben de manar humor, sino ámbar líquido. Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa importante para salud.
Don Íñigo parecía no haber oído un solo vocablo, como si su espíritu flotara en región demasiado lejana; pero de pronto sus grandes ojos, donde la vida se apagaba como la última penumbra en agua inmóvil y triste, comenzaron a manar, sin el menor movimiento de los párpados, un humor abundoso, un flujo de lágrimas.
Sin sentir manar la sangre corrió en busca del palo; pero antes de llegar, ya se le interpuso la Pimentosa con una silla enarbolada en ambas manos. El gigante tomó otra silla. Se detuvieron un momento mirándose cara a cara; echándose mutuamente su ardiente resuello y cruzando los rayos de sus ojos llenos de ira. De repente la giganta soltó el mueble; había tenido una idea feliz, salvadora.
Será para ti, válgame como ejemplo, lo que para Don Pedro Niño, valeroso y galante Conde de Buelna, fue Gutierre Díez de Games, su alférez. A este punto de su algo prolija disertación llegó el Padre Ambrosio, cuando empezó a manar por la piquera del alambique, el líquido destilado.
Palabra del Dia
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