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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Usaba un sombrero chato, de copa muy baja y con las alas planas, el cual pertenecía a una época que se había borrado ya de la memoria de los sombreros, y una capa de paño verde, que no se le caía de los hombros sino en lo que va de Julio a Septiembre. Tenía muy poco pelo, casi se puede decir ninguno; pero no usaba peluca.

Al través de un arco con columnas, mal cerrado por un portier hecho de rico tapiz en el que figuraban un joven con casaca y peluca de rodillas delante de una joven con traje Pompadour, veíase un magnífico lecho de caoba con dosel. Así que llegaron a esta cámara, la dama se dejó caer con negligencia en una butaquita muy linda y volvió a decirle con sonrisa burlona: ¡Qué! ¿no te alegras de verme?

Fué para , realmente, como si el antiguo Inspector, con su traje de hace cien años, y su inmortal peluca, sepultada con él, pero que no pereció en el sepulcro, me hubiera visitado en la desierta habitación de la Aduana.

Bien presumirá el lector que al hacer estas metafísicas indagaciones, algún pesar muy grande debía afligirme; pues nunca está el hombre más filósofo que en sus malos ratos; el que no tiene fortuna se encasqueta su filosofía como un falto de pelo su bisoñé: la filosofía es, efectivamente, para el desdichado lo que la peluca para el calvo; de ambas maneras se les figura a entrambos que ocultan a los ojos de los demás la inmensa laguna que dejó en ellos por llenar la naturaleza madrastra.

Se presentaba en plena tarde audazmente escotada, para lucir con orgullo sus albas y gelatinosas superfluidades. Usaba joyas gigantescas y bárbaras, en armonía con una peluca rubia á la que iba añadiendo todos los meses nuevos rizos.

Mas hete aquí que con tanto ir y venir, pasar y rozarse los ministros de Belcebú en aquel no muy amplio recinto, una tea llegó a prender fuego a la peluca de uno de ellos. El pobre diablo, sin darse cuenta de ello, siguió bailando cada vez con más infernal arrebato. El público reía a carcajadas esperando el próximo desenlace de aquel incidente.

El cuidado que ha tenido de cambiar de nombre, de disfrazar la voz, de no hablar en francés, de volver á dar á su pelo el color natural ó de ponerse una peluca y, en fin, el espanto que experimentó á mi vista y que la puso en fuga... ¡Era ella! ¿Y quién diablos era entonces la pobre mujer que se encontró muerta y que está enterrada en su lugar? Algún día se lo diré á usted. Ahora no lo . ¡Ah!

Los criados, vestidos de frac, servían a los señores en trajes de campo o despechugados durante las calurosas tardes de verano. En Semana Santa y otras grandes fiestas de Sevilla, cuando ilustres aficionados de toda España se presentaban a saludar a los Cuarenta y cinco, la servidumbre iba de calzón corto y peluca blanca, con librea roja y amarilla.

"Haz esto," dijo el espectro del Sr. Inspector Pue con un movimiento de cabeza que parecía tan imponente como su imperecedera peluca, "haz esto, y el lucro será todo tuyo. Pronto lo necesitarás, pues estos tiempos no son como los míos en que los empleos eran vitalicios, y á veces hereditarios.

Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente a los Evangelistas de Durero; en la Glicoteca, contemplando los mármoles de Egina; en el teatro rococó de la Residencia, donde cantaban las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoración de porcelana y guirnaldas que parecía imponer a los espectadores el uso del tacón de púrpura y la peluca blanca.

Palabra del Dia

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