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El hubiera temido el disgustarme, de esto estoy bien segura: es verdad que no me amaría, tal vez con la misma pasión, y que después, por circunstancias más graves, el temor de afligirme hubiera sido tal vez para él como una segunda conciencia. ¡Todo se pagará; pero antes pagaré yo en reproches fundados y lágrimas amargas las ligerezas de mi pobre hijo!

El hombre se queda muy apesadumbrado. ¿Se tratará, acaso, de un hombre que ignora su estado civil y que pretende averiguarlo preguntándoselo a las gentes? ¿Considerará este hombre, tal vez, que, siendo periodista, yo debo estar mejor informado que las otras personas? ¡Caso triste, en verdad, el de un señor que no sabe quién es y que no encuentra quien se lo diga!... Yo comienzo a afligirme, pero el señor me recita de pronto su nombre, su edad, su profesión, sus apellidos y sus motes.

Mientras regresábamos al Pavol, yo me decía: No es cierto, estoy segura de que no es cierto. ¿A qué afligirme tanto? Con todo, me desnudé llorando y con el presentimiento de que una gran desgracia se cernía sobre .

»Durante su ausencia, mi madre me había colocado en un colegio al cual iba a verme con frecuencia. Pasaba allí por una huérfana y me guardaban toda clase de consideraciones. Cuando estábamos solas, hablábamos de mi padre y llorábamos largo tiempo juntas. Al cabo de algunos meses advertí que aun tenía otros disgustos que no me decía, pero me limitaba a afligirme en secreto y no le preguntaba nada.

Bien presumirá el lector que al hacer estas metafísicas indagaciones, algún pesar muy grande debía afligirme; pues nunca está el hombre más filósofo que en sus malos ratos; el que no tiene fortuna se encasqueta su filosofía como un falto de pelo su bisoñé: la filosofía es, efectivamente, para el desdichado lo que la peluca para el calvo; de ambas maneras se les figura a entrambos que ocultan a los ojos de los demás la inmensa laguna que dejó en ellos por llenar la naturaleza madrastra.

Voy a poner este chisme sobre la mesa y a escribirles largamente, confesando todo; quiero que me perdonen, porque sin su perdón, no me iría tranquilo... ¿qué dirá de , papá? ¡tanto esperar de su Quilito! tengo la pluma en la mano y el papel por delante, y no qué decirle; me da vergüenza confesarle que su hijo es un falsificador... no, no se lo diré, no le escribiré nada; vale más irse en silencio, sin despedirse... Romperé esta carta y escribiré dos líneas pidiéndoles perdón, porque sin el perdón no me voy, no me voy... A Susana, , una carta muy larga, para que se acuerde de , para que rece por , ¡qué desgracia la mía! tan feliz que podía haber sido, y no he podido serlo, a causa de esta tendencia maldita, que lo reconozco, me lleva por otro camino que el del trabajo, que, forzosamente, fatalmente, estamos obligados todos a seguir; yo creo que en hay algo del tío Agapo, solo que él se contenta con lo que tiene, y no hace nada, y yo he deseado tener más, sin hacer nada... Lo que he puesto el nombre de Susana, la mano me ha temblado: ahora lloro, ¿me faltará valor? ¡ay! no puedo pensar en mis viejos y en ella, sin afligirme... Tiíta Silda, estoy seguro, ha de guardar mi secreto, y si logra recuperar el pagaré, mi falta no la sabrá nadie, nadie más que ella y Dios; esto me consuela, porque la idea de que había deshonrado a mi padre, después de arruinarle, y que él lo supiera, y que Susana lo supiera, y que todos lo supieran, amargaría más mis últimos momentos... ¡Adiós!

Si a pesar de tanta riqueza de ingredientes el pasto espiritual que doy al público resulta desabrido o empalagoso, no te negaré que he de afligirme, pero me servirá de consuelo lo inocente de mi trabajo. Nada más inocente que componer un libro de entretenimiento aunque no entretenga. Con no leerle evitará toda persona discreta el mal que involuntariamente pudiera yo causarle.