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Actualizado: 20 de octubre de 2025
¡Vaya si le haré el agujerito! dijo Guillermina . Roe que te roe me estaré yo un rato de eternidad, y si Dios me descubre y me echa una peluca, le diré: «Señor, es para que entre mi sobrino, que era muy ateo... de jarabe de pico, se entiende; y me daba para los pobres». El Señor se quedará pensando un rato, y dirá: «Vaya, pues que entre sin decir nada a nadie».
Descuide usted, que le echaré hoy una buena peluca. Lo mejor será que no trabaje más aquí; cualquier día nos mete en un conflicto... Pero siéntese usted...». Al ofrecerle una silla, Ballester parecía poner especial cuidado en dar a conocer sus botas nuevas, resplandecientes; en que Fortunata admirase su levita y su cabellera rizada a fuego, la cual despedía fuerte olor a heliotropo.
Colocábase la cabeza del difunto, adornada con una peluca de algodon de varios colores, en el gran cuarto destinado para beber en comunidad la chicha que se preparaba para el caso, y de la que venian todos á participar en el punto de reunion; donde los sacerdotes del tigre brindaban á los dioses, sirviéndose de vasos especiales, y anunciando que por la noche conversarian con los manes de la fiera.
Creyó que esta figura era de cartón, groseramente modelada por algún artista inhábil, toda ella del mismo color amarillo: faltaba que la pintaran las cejas y que sobre la calva adaptasen una peluca para darle cierto viso de realidad.
¿Y le mandó los padrinos, D. Jerónimo? preguntó el estudiante del doctorado. ¡Silencio, silencio! exclamó un tertulio aquí llega Clotilde. La simpática actriz apareció efectivamente en la puerta, y sus grandes y tristes ojos negros que resaltaban bellamente debajo de la blanca peluca a lo Luis XV, sonrieron con dulzura a sus fieles amigos.
En medio de la tropa, jinete en un caballo bayo, avanzaba muy erguido un oficial de edad provecta, peluca blanca y con un sombrero de picos con galón de oro, el cuerpo cruzado por una banda amarilla y el pecho cubierto de cintajos. Cuando dicho personaje alzaba la cabeza, el pico del sombrero, coronado por un penacho de plumas negras, hacía las veces de visera.
Púsole peluca, dicen, para desorientar; pero es él. Que no se parece a don Cosme en nada. No importa; es don Cosme, y se lo hacen creer todos a don Cosme por ver si don Cosme le mata; y don Cosme, que es caviloso, es el primero a decir: «ese soy yo». Para esto de entender alusiones nadie como nosotros.
La señora de los perros y la peluca roja pasaba con más frecuencia, acortando sus vueltas por el square para saludarlos con una sonrisa de complicidad. El lector de periódicos contaba ahora con un vecino de banco para hablar de las posibilidades de la guerra. El jardín se convertía en una calle.
Su casaca, su chupa, sus calzones y medias de seda no tenían una mancha, y si tenían alguna rotura, ésta se hallaba diestra y primorosamente zurcida. Gastaba peluca con polvos y coleta, y lucía muchos dijes en las cadenas de sendos relojes que llevaba en ambos bolsillos de la chupa.
Quitóse con grandes precauciones la perfumada peluca y calóse prontamente un gorro de dormir de forma piramidal, terminado en una borlita: un sencillo y majestuoso casque
Palabra del Dia
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