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Mira, Paca, ¿sabes lo que te digo? profirió María-Manuela afianzando ambas manos sobre la mesa y encarándose con su amiga. Que no rajes tanto y me dejes el alma quieta, ¿estamos? Te lo digo, querida, porque tienes principios... Pues se me orviaron... ¡Ea ya!... ¿qué hay? Eso importa na.

Gustaba el guapo de prodigar galanterías, de festejar á cuantas mujeres hablaba; pero hallaba justo que estas mujeres se mostrasen lisonjeadas, quería verlas ruborizadas, adivinar que le hallaban de su gusto: avezado estaba á ello. Con Paca no sucedió lo mismo.

¡Entra Joaquín! ¡Miau! ¡Entra, canalla! ¡Miau! Vi a Paca llevarse las manos a la cabeza y tirarse con rabia de los cabellos. ¡Mardita sea mi suerte! ¡Y que Dios tenga en er mundo a este roío dao pol tal y me haya llevado aquel corasón de hijo!

Lo que es eso dijo mi amo interrumpiéndola vivamente... . Es preciso que cada cual quede en su lugar. Si el almirante Córdova hubiera mandado virar por... , , ya dijo Doña Flora, que había oído muchas veces lo mismo en boca de mi amo . Habrá que darles la gran paliza, y se la daréis. Me parece que vas a cubrirte de gloria. Así haremos rabiar a Paca.

Lo contrario sería peor... Y puesto que se trata de cosa importante, que debe ocupar con preferencia su atención, hablemos de ello, señora mía, dejando para después ese otro asunto que la inquieta... No debe usted afanarse tanto por su criada o amiga... ¡Ya parecerá!». Esta frase llevó de nuevo al espíritu de Doña Paca la idea de Nina y el sentimiento de su misteriosa desaparición.

Duró largo rato la despedida, porque tanto Doña Paca como Frasquito repitieron, en el tránsito desde la salita a la escalera, sus expresiones de gratitud como unas cuarenta veces, con igual número de besos, más bien más que menos, en la mano del sacerdote.

Cambiaron algunas palabras indiferentes y, como siempre, la esposa de Pepe de Chiclana concluyó por tocar el asunto del matrimonio de su amiga, dándole cuenta de los trabajos diplomáticos que llevaba á cabo para su realización y procurando infundirle esperanzas. Soledad escuchó distraída y dijo al cabo con impaciencia: Mira, Paca, no te molestes más. No tengo ya ninguna gana de casarme.

La novia entre el padrino y la madrina, el novio al lado de su suegro, á quien empezaba á bailar el agua mucho más que á su esposa; Soledad junto á Antoñico, Velázquez junto á María-Manuela, Gregorio, hermano de la novia, pegadito á su prima Isabel la Cardenala, Paca entre el Cardenal y la Cardenala viejos, embelesándolos con su afluencia maravillosa.

Veo que eres una persona razonable añadió sintiéndose consolado con mi aprobación ; veo que tienes miras elevadas y patrióticas... Pero Paca no ve las cosas más que por el lado de su egoísmo; y como tiene un genio tan raro, y como se le ha metido en la cabeza que las escuadras y los cañones no sirven para nada, no puede comprender que yo... En fin... que se pondrá furiosa cuando vuelva, pues... como no hemos ganado, dirá esto y lo otro... me volverá loco... pero quiá... yo no le haré caso. ¿Qué te parece a ti? ¿No es verdad que no debo hacerla caso?

D. Alonso no me hizo caso, y aun creo, si la memoria no me es infiel, que sin abandonar su actitud pronunció palabras tan ajenas a la situación como éstas: «¡Oh! Cómo se va a reír Paca cuando yo vuelva a casa después de esta gran derrota. ¡Señor, que el barco se va a piqueexclamé de nuevo, no ya pintando el peligro, sino suplicando con gestos y voces.