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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Bien miradas estas cosas y el subir y bajar de las personas en la vida social, resulta gran tontería echar al destino la culpa de lo que es obra exclusiva de los propios caracteres y temperamentos, y buena muestra de ello es doña Paca, que en su propio ser desde el nacimiento llevaba el desbarajuste de todas las cosas materiales.

No miraba esto con buenos ojos Doña Paca, atenta a su plan de casarla con el rondeño; pero la niña, que tomado había en aquellos tratos no pocas lecciones de romanticismo elemental, se puso como loca viéndose contrariada en su espiritual querencia.

Parece que debió de inclinarse a este último partido, porque alzó los hombros y dijo sonriendo a uno que entraba a la sazón en el despacho: Oiga usted, Nieto: este señor desea que le busquen a «una tal Paca». Y recalcó mucho las últimas palabras, lo cual no me hizo muy buena sangre. ¿Para qué? preguntó el empleado que entraba, dirigiéndose a .

Yo creo dijo Benina riendo, pues su condición jovial se mostraba en cuantito que los afanes de la vida le daban un respiro , que va allá... para que le embalsamen... Buena falta le hace. Y que se den prisa, antes que esté corruto». Doña Paca se rió un poco con aquellas ocurrencias, y después pidió informes de la otra familia.

Doña Paca, la verdad sea dicha, sentía que se le aguaba la felicidad por no poder hacer partícipe de ella a su compañera y sostén en tantos años de penuria. ¡Ah!

Mas antes que entraran en ellos tuve ocasión para quedarme un momento detrás con Isabel y explicarle en cuatro palabras lo que sucedía. Maravillose en extremo, e hizo sin vacilar la misma afirmación de Paca; esto es, que debía de haber una intriga o mala inteligencia. No pudimos hablar más, porque llegamos a la puerta de salida y era preciso montar en carruaje.

Ponte dio varias vueltas de peonza sobre un pie, y Doña Paca se levantó y volvió a caer en el sillón como unas diez veces, diciendo: «Que pase... Ahora sabremos... ¡Dios mío, D. Romualdo en casa!... A la salita, Celedonia, a la salita... Me echaré la falda negra... Y no me he peinado... ¡Con qué facha le recibo!... Que pase, niña... Mi falda negra».

En esto llegó, desalada, Paca, se abrió paso por entre el círculo de curiosos y, dándose por enterada instantáneamente de lo acaecido, comenzó a decir a grito herido: ¡Eso! ¡Eso! Estos desalmados quieren enchiquerar a la pobresita de mi niña.

Me acerqué a la puerta y advertí que intentaba en vano levantarse, arrastrándose por el pavimento de ladrillos. ¿Conque no te puedes levantar, ladrón? exclamar a Paca, con feroz placer . ¡Pues ahora e la mía! Y descalzándose apresuradamente un zapato y cogiéndolo por la punta comenzó a zurrarle la badana de lo lindo.

Preguntele si la conocía, y me dijo que se le figuraba que era la misma que alguna que otra vez me traía recaditos. «Paca», dije para , y salí del comedor apresuradamente. En efecto, hallé en el patio a la cigarrera, quien avanzó precipitadamente a mi encuentro, con la fisonomía pálida y descompuesta, diciendo: ¡Señorito, se la yevan! ¿Se la llevan? ¿A quién? ¿A quién ha de ser? ¡A mi señorita!

Palabra del Dia

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