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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Compare, ¡cómo ha rajado hoy el padre Francisco! se decían uno al otro guiñando el ojo. Y Paca sonreía y cogía cualquiera ocasión por los pelos para volver á la carga. La verdad es que no tenía mérito alguno sufrir con paciencia sus sermones. Era Paca una de las más amables, ingeniosas y profundas mujeres que pudieran hallarse en parte alguna del mundo.
Por cierto que el primero y segundo día de aquella vida nueva, tuvo que reñir Doña Paca al buen Frasquito, porque siempre que salía se le olvidaba llevarle el libro de cuentas que le había encargado.
Pero Pepe, aunque no muy avisado, como ya se ha dicho, había descubierto el secreto y no cejaba en sus ruegos hasta que lograba sacarla de casa. Paca salía como si la arrastrasen. Una vez fuera, mudábase al instante; se mostraba viva y jovial y charlaba por los codos.
Muchas gracias; quede usted con Dios. Aléjeme a paso largo. Antes de llegar a la puerta de Paca ya oí ruido de bofetadas y lamentos. Algunas mujeres se mantenían sentadas delante de las viviendas o salas, como allí las llaman, departiendo en voz alta.
Ni por un Señor Crucificao ha querido tomar la carta. Me ha dicho: «Paca, si no quieres que riña contigo, no vuervas en tu vía a hablarme de ese...» ¿De ese qué? pregunté, viendo que se detenía. De ese «tío» agregó, avergonzada . Uté dispense, señorito. Está bien, Paca dije aparentando sosiego, pero con voz alterada por la emoción . Muchas gracias por el interés que se ha tomado usted por mí...
¡Mariita! ¡Mariita! dijo Nieto, dirigiendo una reprensión cariñosa a cierta joven a quien había sorprendido fumando. Don Celipe, es que me duelen las muelas. Pues cuidado con ellas, porque pueden salirte caras. Habíamos recorrido casi todas las naves, y mi Paca no aparecía. Nieto me invitaba ya a que pasáramos al taller de cigarros puros.
Pepe de Chiclana, marido de Paca la de la Parra, era un hombre de seis pies de alto, gordo en proporción, de cuarenta años de edad, cara redonda, ojos pequeños carnosos, pesado y tardo en sus movimientos como en sus palabras. Formaba vivo contraste con su exquisita esposa, toda delicadeza y elocuencia, tan distinguida, tan razonable, tan afluente.
¡Ay! no lo dude usted: se acordará... manifestó Doña Paca con grande animación en los ojos y en la palabra . Si no se acordara, sería un puerco... Lo que me decían D. Francisco Morquecho y D. José María Porcell... ¿Cuándo? Hace... no sé cuánto tiempo. Verdad que ya pasaron a mejor vida. Pero me parece que les estoy viendo... Fueron testamentarios de García de los Antrines, ¿no es cierto?
Pero ya su vejez y la indisoluble sociedad moral con Doña Paca la imposibilitaban para el comercio. Insistió la buena mujer en abandonar la grata tertulia, y cuando se levantó para despedirse cayósele el lápiz que le había dado D. Carlos, y al intentar recogerlo del suelo, cayósele también la agenda.
Ya pasaba de los sesenta la por tantos títulos infeliz Doña Francisca Juárez de Zapata, conocida en los años de aquella su decadencia lastimosa por doña Paca, a secas, con lacónica y plebeya familiaridad.
Palabra del Dia
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