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Actualizado: 3 de julio de 2025


No me pidais los versos arrancados Que arrebató en su soplo el huracan, Y que marchitos cual la flor de otoño, Mústios y tristes por el suelo van. Ya no se pueden levantar del suelo, Pues son cual hojas de papel fugaz, Que aun despues de quemadas tienen forma, Y si se tocan son polvo y no mas.

El tiempo habia hecho su oficio: todas las construcciones poco sólidas se habian reducido á polvo: la tierra, tan afanosa por tragar los monumentos de los hombres que le arrancan los tesoros de sus entrañas, habia recobrado lo suyo, y con su incesante é imperceptible crecimiento cubierto ya las marmóreas escalinatas rotas, los pavimentos de piedra desnivelados, los acueductos, algibes, estanques, fuentes, baños: todo lo somero y profundo, sobre lo cual tendió largos años su capa de nieves y barrizales el aterido invierno, su verde manto de grama la alegre primavera, sus tejidos de cardos, espinos y punzante maleza el abrasado verano, y el otoño su seca y amarilla vestidura de despojos.

La felicidad doméstica, tan tardíamente apreciada por el poeta, no debía durar: en el verano u otoño de 1612 murió el niño Carlos Félix, inspirando este doloroso suceso al atribulado padre una bellísima poesía, que se encuentra entre las Rimas sacras, y un año después, en agosto de 1613, falleció doña Juana, enferma desde mucho tiempo antes, a poco de dar a luz a Feliciana, única hija legítima que había de sobrevivir a su padre.

Y la divina corona Que la Patria al guerrero, Sobre sus frentes marchitas Se vió caer desde el cielo. Blanco á la carga conduce A sus valientes de nuevo, Pero al querer batallar Todos se miran envueltos, Y cual las hojas de otoño Por la campaña dispersos. En vano el buen coronel Levanta su voz de trueno, Abandonado y sin gente Solo le ampara su acero.

El encarnado no es natural, se parece al que produce el otono sobre las hojas marchitas. Ella es ciertamente, io cielo! y yo itiemblo al mirarla, al mirar Astarte! No, no puedo hablarle, pero quiero que ella hable, que me condene o me perdone. Por el poder que te ha hecho salir de la sepultura que te servia de prision, habla al que acabas de oir, o a aquellos que te han invocado.

Don Álvaro no recordaba siquiera que la Iglesia celebraba aquel día la fiesta de Todos los Santos; había salido a paseo porque le gustaba el campo de Vetusta en Otoño y porque sentía opresiones, ansiedades que se le quitaban a caballo, corriendo mucho, bañándose en el aire que le iba cortando el aliento en la carrera... «¡Perfectamente!

De pronto se le antojó mirar una Ilustración que estaba sobre un centro de sala. «La última flor» decía la leyenda de un grabado en que clavó Ana los ojos. En un jardín, en Otoño, una mujer, hermosa, de unos treinta años, aspiraba con frenesí y oprimía contra su rostro una flor... la última....

Menos embriaguez y más abundancia: haces de mies cayendo sobre la tierra cansada de producir y consumida por el sol: he ahí el verano. El otoño de nuestro país ya lo conoce usted; es la estación bendita. Después el invierno; el círculo del año cerrándose sobre él.

Y allá en el fondo del paseo arbolado, vio asomarse la iglesia del Pilar, aquella iglesia pequeña, que más de una vez, bajo el oro del otoño en las hermosas tardes, ella contemplara desde la casa de las Aliaga imaginando idilios con Julio. ¡Cómo se habían alejado de pronto, hacia una irrealidad extraña, aquellos tiempos! Ahora le parecía otra, la iglesia del Pilar.

En aquel bosque de vivificantes aromas y de follajes enrojecidos por el otoño, pasé, señor cura, unos momentos crueles. Después, la calma fue viniendo poco a poco al recordar las pruebas de ternura de mi padre y la necesidad cada vez mayor que parece tener de mi presencia.

Palabra del Dia

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