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Actualizado: 3 de julio de 2025


Allá en sus mocedades había dirigido dos cartas a un periódico semanal que se publicaba en Lancia, titulado El Otoño, con motivo de las fiestas anuales que en Sarrió se celebran en el mes de septiembre. Estas cartas leyéronse con fruición en la villa y le valieron no pocos plácemes.

Recuerdo que en la madrugada de un día de otoño frío y lluvioso, salí de mi pueblo para Madrid. Despedime de mi madre, y turbado y conmovido como nunca lo había estado, bajé a escape la escalera en compañía de mi padre. Ambos marchábamos embozados hasta las cejas, no si por miedo al frío o por no vernos las caras.

La lluvia de otoño azota los vidrios de las ventanas, y el viento produce al chocar con las ramas de los plátanos intermitentes y melancólicos silbidos. Me encuentro en una habitación grande, pero casi desamueblada.

Ha aumentado su deuda, respondió el médico, y á medida que proseguía, su rostro fué perdiendo la expresión de fiereza, volviéndose más y más sombrío. ¿Te acuerdas, Ester, cómo era yo hace nueve años? Aun entonces me encontraba en el otoño de mis días, y no al principio del otoño.

En la primavera me produce una gran alegria; en el otoño, una gran tristeza; pero una tristeza tan extraña, que me parece que sería muy desgraciado si no la sintiera alguna vez.

Una mañana de otoño llegué a la playa de las Ánimas antes del mediodía. Un hombre iba con un carro por el arenal, aguijoneando la yunta; se oía el chirrido de los ejes de la carreta y el ruido crepitante de la arena bajo las pezuñas de los bueyes.

El tal Machín era un tipo raro en todo, en su conducta, en sus parecidos y en las simpatías y antipatías que despertaba. Días después, una mañana de otoño muy clara y muy hermosa, Machín, con su criado, se embarcó en la goleta. Pasaron días, semanas; han pasado años; no ha vuelto a saberse más de él. El día de mi boda, al llegar a casa de mi madre, Mary abrió el sobre que me había dado Machín.

Entre los árboles y en cuanto alcanzaba la vista, tupidos arbustos, amarilleando algunos al soplo del otoño. Al perfume de las flores se unían las gratas emanaciones resinosas de los pinares y sólo el rumor de claros arroyuelos interrumpía de cuando en cuando el murmullo de la brisa entre las ramas y el canto de los pájaros. Pero aquella soledad y quietud de los campos eran sólo aparentes.

Aquí no hay crepúsculos, como tampoco hay juventud. El niño, pasa á ser viejo sin haber sido joven, y la niña se da cuenta que ha dejado de jugar, cuando es madre. Al árbol lo rinden los años, sin que su añoso tronco ó su ligera palma hayan visto arremolinarse al pié de su cuna, ni el melancólico sudario de su dorado otoño, ni los descarnados brazos de su prematura vejez.

Poco después se largaron otra vez por esos mundos a buscarse la vida, con gran contentamiento de todo el lugar, y hasta de la pobre mujer de uno de ellos. A principios de este otoño en Tablanca que había vuelto el casado y que por aquí andaba tan sinvergüenza y haragán como siempre; pero yo no le he visto, ni a nadie he oído hablar de él.

Palabra del Dia

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