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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Madre, te lo pregunto una vez más: ¿por qué ha muerto Olga? Se había apoyado contra la pared y miraba a su madre fijamente con los ojos inyectados de sangre. Mientras tanto, la señora Hellinger se había echado a llorar. ¿Acaso lo ? dijo sollozando. ¿Acaso puede saberlo alguien? La hemos encontrado en su cama, nada más.

En todo caso, no permitía que se quedara solo, ni siquiera por un segundo, en el cuarto de la muerta. Tenía la puerta cuidadosamente cerrada: no toleraría decía ella para explicar su conducta, que los objetos dejados por Olga, considerados por ella como reliquias sagradas, fueran profanados por manos y miradas extrañas.

Tío, es evidente que Olga no estaba en su juicio cuando escribió eso. ¡Nunca lo ha estado más que en ese momento! ¿Cómo puedes afirmarlo? ¡No insultes a una muerta! Nada está más lejos de mi pensamiento, hijo mío. ¿Quién se atreverá a arrojarle la primera piedra?

Si Taboada debía ser sagrado para aquellos hombres, ¿qué podían hacer con él? Miré repetidas veces hacia el lugar donde sabía que estaba la casa de Olga, pero no alcancé á verla, pues me la ocultaban los árboles. El general abandonó el volante, cambiando de sitio con su chófer. La habilidad de éste le inspiraba, sin duda, más confianza que su propia habilidad.

Roberto se estremeció e inclinó dos o tres veces la cabeza. Y, de repente, como vencido por el dolor, cayó de rodillas delante de la cama gritando: ¿Por qué has muerto? ¿Por qué había muerto Olga? Tal era la cuestión que, en lo sucesivo, preocupó exclusivamente a toda la ciudad. En la calle, en las mesas de los cafés, en los bancos de las cervecerías, no se hablaba de otra cosa.

Pero, un instante después, la ansiedad volvió a apoderarse de él. ¿Dónde está Olga? tartamudeó alzando los ojos hacia la puerta, como si fuera a verla entrar en ese instante. ¿Olga? dijo la señora Hellinger encogiéndose de hombros. ¡Qué yo! Sin duda va a venir de un momento a otro; ¿es por algo urgente? ¡Alabado sea Dios! exclamó el doctor juntando las manos. ¡De modo que ya ha bajado!

Todos se lanzaban en las más extravagantes conjeturas, aventuraban las hipótesis más osadas, pero no por eso estaba nadie más adelantado. Unos hablaban de amor desgraciado, otros de amor demasiado feliz, y otros pretendían absolutamente haber dicho siempre, desde mucho antes, que Olga concluiría mal, seguramente.

Sus sueños de niña encerraban ya los gérmenes de ese criminal deseo; se desarrollaron bruscamente en esa famosa roca en que te sentaste con ella en el bosque, y dieron una planta vigorosa cuya flor se abrió precisamente en el momento en que Olga penetró en tu cuarto para unirte a Marta. ¿Por qué hizo eso si quería tomar el lugar de Marta? ¡Eh! ¿Acaso sabía lo que quería?

Marta sintió que me había hecho mal; alzando sus delgados brazos hasta mi cuello, me dijo: Compréndeme, Olga; no son celos los que experimento; soy tan poco celosa, que mi deseo más ardiente es que os entendáis ambos después de mi muerte, y que... ¡Después de tu muerte! exclamé espantada. ¡Marta, no digas eso! ¡Es un crimen! Ella se sonrió, triste y resignada. Lo mejor que dijo.

Y así crecía de hora en hora el peligro de que ese cuaderno en que Olga había escrito su confesión, cayese en manos de su tía. ¡Que se le antojara escudriñar entre los volúmenes que guarnecían el estante, y sucedía la desgracia!

Palabra del Dia

commiserit

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