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Actualizado: 5 de junio de 2025
Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma.
Hasta veo tres coristas que se han vestido de negro con ropas prestadas por las amigas. Son polacas... Y más allá, mire usted a doña Zobeida envuelta en su manto americano, y a nuestra amiga Conchita con mantilla española... En el centro está Nélida, una Nélida que parece otra, humildita al lado de su madre, con la cabeza baja, sin nada llamativo, húmedos los hermosos ojazos. ¡Pobrecilla!
Y Rafael se juraba a sí mismo que había de cambiar, para que no le mirase con sus ojazos de pena aquel ángel que le aguardaba en lo alto de una colina, cerca de Jerez, y corría cuesta abajo entre el ramaje de las cepas, al verle de lejos galopar por la polvorienta carretera. Una noche, los perros de Marchamalo ladraron desaforadamente.
Algunas pensionistas, tratadas con esmero, están tranquilas y calladas en habitación clara y limpia, ocupándose en coser, bajo la vigilancia y dirección de dos hermanas de la Caridad. Otras se decoran con guirnaldas de trapo, flores secas o con plumas de gallina. Sonríen con estupidez o clavan en el visitante extraviados ojazos. También la hermosa mitad tiene sus jaulas de dobles rejas.
Gallardo vio una joven alta, esbelta y maciza al mismo tiempo, la cintura recogida entre curvas amplias y firmes, con todo el vigor de la carne primaveral. Su cara, de una palidez de arroz, se coloreó al ver al torero; sus ojazos luminosos ocultáronse entre largas pestañas. Esta gachí me conose se dijo Gallardo con petulancia . De seguro que me ha visto en la plaza.
Pero todos sus propósitos de energía desvaneciéronse ante las miradas suplicantes de su madre. ¡Qué hermosa estaba! Con sus ojazos lagrimeantes y tiernos, parecía la Virgen que tiene el corazón erizado de espadas.
Vaya, vaya, a la cama decía doña Paula. Voy. Pero en lugar de irse se abrazaba de nuevo a Cecilia; la hacía cosquillas aprovechando cualquier movimiento para decirla al oído: ¡Cómo estás gozando, picarona! No le eches esos ojazos, mujer, que le vas a aturdir. Adiós, adiós, señores concluyó por decir en voz alta... Y dejar algo para mañana, ¿eh? ¡Qué tonta! exclamó Cecilia ruborizándose.
Leonora le miraba fijamente con aquellos ojazos que brillaban en la sombra con el fulgor de una fiera en celo. Te devoraría murmuraba con voz grave que parecía un rugido lejano. Siento impulsos de comerte, mi cielo, mi rey, mi dios... ¿Qué me has dado, di, niño? ¿cómo has podido enloquecerme, haciéndome sentir lo que nunca había sentido?
Por la escalera, no había ni qué pensarlo: a esas alturas se sube, pero en la bajada hay peligro de perniquebrarse cien veces... Y la pobre mula desconsolábase, y dando vueltas por la plataforma con los ojazos presa del vértigo, pensaba en Tistet Védène... ¡Ah, miserable, si de ésta escapo... menuda coz te suelto mañana tempranito!
Cuidaba y mimaba á su marido con gran cariño y él la seguía en sus idas y venidas por las habitaciones, con unos ojazos que revelaban la ternura del agradecimiento. En fin, querido planeta continuó el capitán que parecen unos novios. No sé qué diablos habrán andado en esto, pero los dos son otros, completamente. Aresti sonreía. ¿Entonces preguntó la casa de mi primo será un nido de amor?
Palabra del Dia
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