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Actualizado: 5 de junio de 2025


Iban donde va la gente que no quiere gastar dinero, y se les veía por el pretil del río, camino de Monte-Olivete, los dos jóvenes delante, hablando tranquilamente, mientras se acariciaban con la mirada, y detrás Micaela, con aire de inconsciente, abismada en el crepúsculo eterno que la envolvía y levantando la cabeza, sin sentir la menor molestia por los rayos del sol que se quebraban en sus ojazos hermosos y muertos.

Bajo las patas del caballo de un ángel, que lo atraviesa con su lanza, en el centro de la iglesia de Villa del Pilar, en el Paraguay, he visto a un diablo en forma de lagarto, con alas de murciélago, sembradas de púas, enormes ojazos de buho y garras con uñas de buitre, y he pensado con pena en las pesadillas diurnas y en las noches de insomnio que la vista de semejante monstruo sobrenatural debe producir a los desventurados niños del pueblo.

A una de ellas concurría a menudo la hija del Topero, con su correspondiente rueca bien cargada de lino, bajo el roquero pinto con lazos y lentejuelas, y si Pepazos no se dejaba ver en aquella tertulia con igual frecuencia que Tanasia, bien sabía Dios que consistía en lo vergonzoso que él era delante de la mozona y con testigos que ya estaban en el ajo de sus deseos; pero iba alguna que otra vez para dar aquel regalo a sus ojazos mortecinos, y esas noches eran las únicas que faltaba de la cocina de la casona.

Y sintiendo uno de aquellos arranques de inspiración que la embellecían y sublimaban, le dijo esto, ya en pie para marcharse: «Porque ha de saber usted que Dios me ha hecho tutora de este hijo... , buena moza, no se espante ni me ponga esos ojazos. Su madre es usted, pero yo tengo sobre él una parte de autoridad. Dios me la ha dado.

El dependiente había entablado amistad con Micaela, una criatura insignificante que pasaba por el mundo como un fantasma, anulada la voluntad, lamentándose de no vivir, como en su juventud, en la servidumbre doméstica. Sentía una tierna simpatía por aquella mujer casi ciega, con sus ojazos claros siempre inmóviles, como si experimentara eterno asombro.

La veía pasando por la Galería al lado del doctor Moreno: ella rubia, flacucha, angulosa, con el desequilibrio de un exagerado crecimiento, mirando asombrada con sus ojazos verdes aquella ciudad fría y tumultuosa tan distinta de los cálidos huertos de su niñez; el padre, barbudo, cejijunto, enérgico, irritado todavía por el fracaso de sus adoradas creencias; un espantable ogro para los que no conocieran su sencillez casi infantil.

El cuadro era bueno y representaba a Su Majestad en gran uniforme, de medio cuerpo, con aire y bríos juveniles, nariz luenga, cabellos negros, ojazos llenos de relámpagos y aquella expresión sensual y poco simpática que caracterizó al Deseado Aborrecido. Tan trastornado estaba Carnicero, que le parecía ver por primera vez aquella figura en su gabinete, y retrocedió con cierto espanto.

Estaba sola el Gran Constantino; repasaba las cuentas de la Madre del Amor Hermoso, con sus ojazos de color de avellana asomados a los cristales de unas gafas de oro.

Dios os haga dichosos... como patriarcas.... San Rafael te acompañe, hija. ¡Quién como , chica!, ¡a Francia en un vuelo! No te olvides de mi abrigo.... ¿Van en el mundo las medias? ¿Confundirás los hilos? Mira que las tiras bordadas no sean de ojales, que de esas ya las hay por acá. Abre bien esos ojazos, míralo todito, ¡y después nos contarás cada cosa!...

Pedro con sus grandes ojos abiertos seguía la corriente del agua. ¡Qué serio te has puesto, Periquillo!... ¿Te vas aprovechando de los consejos del agua?... ¡No pongas esos ojazos, hombre, que me asustas! La joven reía sin cesar y sin motivo, como quien se desquita de largo ayuno. Eran sus carcajadas sonoras y claras, pero no en tono agudo, sino grave.

Palabra del Dia

vorsado

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