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Aun el más indiferente hubiera comprendido que me odiaba, sobre todo viéndome a solas con la princesa Flavia; sin embargo, estoy convencido de que procuró disimular su odio y aun hacerme creer que me tomaba por el verdadero Rey. Comprendía yo que esto último era imposible, y me figuraba la ira de que estaría poseído al tributarme homenaje y al oírme hablar de «Miguel» y «Flavia

Tenía conocimiento de lo mucho que sufría, aunque no de los extremos vergonzosos á que Velázquez había llegado, y siempre que lo comprobaba por algún signo sentía un estremecimiento de dolor y de ira. Por su cruel proceder, más que por haberle arrebatado á su amante, odiaba cordialmente al majo. Despertó al fin Soledad.

Porque si bien entre los hombres es frecuente, entre los perros no lo es tanto. Y no sólo se le declaró enemigo irreconciliable, sino que logró arrastrar á otro sujeto con quien no había tenido en la vida reyerta alguna, el perro de Tomasón el molinero. Tanto le odiaba el uno como el otro. No sorprenderá, pues, que Talín caminase nervioso como su amo, aunque por diferente motivo.

Estos vagos terrores, unidos al residuo de vergüenza que le quedaba, fomentaban su irritación contra Raimundo. Su carácter violento, caprichoso, despótico, se alteraba con aquel obstáculo imprevisto. Ni siquiera había reparado bien en la fisonomía del joven. Le odiaba sin dignarse hacerse cargo de su figura.

Yo no conté en el convento mis aventuras fantásticas; dije que era un «tourista» curioso que recorría, tomando apuntes, el mundo entero. Y esperando que mi oreja cicatrizase me abandonaba en una dulce laxitud de alma, a aquella paz del monasterio. Mas estaba decidido a dejar bien pronto la China; ese Imperio bárbaro que ahora odiaba terriblemente.

El ceño de la habilidosa muchacha se dilató por primera vez en todo el día, y los tres salieron apresuradamente con la alegría del regalo, oyéndose el ruido de sus empellones y correteos. Esto obscureció un poco la sonrisa de don Juan. Decididamente, su hermana era una loca, que odiaba el dinero. ¡Mire usted que tirar tres duros tan en tonto! ¿No hubiera quedado lo mismo con tres pesetas?

Odiaba cordialmente a las personas de las cuales me servía, sin embargo, para llegar hasta cuando la prudencia u otros motivos me alejaban de su casa. Pensaba, no sin fundamento, que eran tan enemigos suyos como míos.

Misia Casilda y don Pablo acudieron en su defensa... Toma, toma, para que aprendas y veas dónde pones las patas otra vez. ¡Quilito! dijo severamente la tía. Don Pablo consiguió quitársela de entre las manos, y el joven vociferó que se iba a su cuarto, a encerrarse, y que no quería ver a nadie, pues odiaba al mundo entero.

Y citaba tal y tal señor que por mostrarse paciencioso y humilde, aunque en el fondo de su corazon odiaba á sus amos, de criado que era de frailes llegó á ser promotor fiscal; y tal fulano que ahora es rico y puede cometer atrocidades seguro de tener padrinos que le amparen contra la ley, era no más que un pobre sacristan, humilde y obediente que se casó con una muchacha bonita y de cuyo hijo fué padrino el cura...

Cuando llegaron las siete y media de la noche, me vestí aquella famosa larga levita que tanto odiaba Gloria, pero que juzgué muy del caso en estas circunstancias. Púseme el sombrero de copa alta y una chalina severa de raso negro, y metiéndome los guantes salí de casa y me dirigí con todo el aspecto de un embajador a la morada de mi futura suegra.