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«¿Quieres que te tome la leccióndijo Rubín cogiendo la cartilla. Ni falta... canijo, espátula, paice un garabito... No quiero que me tome lición replicó la chica remedándole la voz y el tono. No seas salvaje... Es preciso que aprendas a leer, para que seas mujer completa dijo Rubín esforzándose en parecer juicioso . Hoy has estado un poco salida de madre, pero ya eso pasó.

Con el de que no pases más noches malas; con el de que aprendas un oficio y puedas ser la honrada mujer de un artesano. ¿Y quién es el padre Ambrosio? Un religioso exclaustrado de la Merced, que vive hace muchos años en la misma casa de vecindad donde yo vivo; un digno ministro del Altísimo; mi padre; la guía que Dios me ha dado viéndome desamparada en el mundo. ¡Ah! ¡un religioso!

936Cuadráte!", Le dijo a un negro. "Te estás haciendo el chiquito, cuando sos el más maldito que se encuentra en todo el pago. Un servicio es el que te hago, y por eso te remito." 937 "Vos no cuidás tu familia ni le das los menesteres; visitás otras mujeres, y es preciso, calavera, que aprendás en la frontera a cumplir con tus deberes."

Todos esos errores responden a una disposición muy grande para conocer la verdad, a una poderosa facultad tuya, que sería primorosa si estuvieras auxiliada por la razón y la educación.... Es preciso que adquieras un don precioso de que yo estoy privado; es preciso que aprendas a leer. ¡A leer!... ¿Y quién me ha de enseñar? Mi padre. Yo le rogaré a mi padre que te enseñe.

El día en que cada Estado y cada quisque particular goce su autonomía, todos tendrán lo que merezcan... Esto te lo digo para que aprendas, para que os convenzáis de cómo os paga el unitarismo... Y se cobraba el par de pesetas con una nueva avalancha de enrevesados razonamientos, que Maltrana oía resignado.

Por esta, ¿la ves bien?, por esta con quien me casaré el lunes, Dios mediante, me libro del peligro de tenerte ante , y me hago un señor héroe, y atropellando por todo, te doy la batalla y te venzo y por fin me salvo, aunque no quieras... Esta tarde misma hablaré con Emilia, y mañana te irás a vivir con esa gente, para que aprendas, víbora, para que veas, pantera, para que sepas, demonio con faldas, lo que es el bien».

Habrá libertad, libertades... Esta falta de respeto, esta manera de hablar de Su Majestad enfadó tanto a la dama, que estuvo a punto de dar al traste con toda su circunspección y llegarse a la infame y decirle: «Para que aprendas a hablar como se debe, toma este arañazo...». Contentose con dos o tres monosílabos de reprobación. Su cara estaba ya como un pimiento.

En pie, cerca de ellos, con una hoz en las manos, vieron a un paisano viejo, la faz demudada, los ojos inyectados en sangre por la cólera, el cual, encarándose con Rosa, vociferó más que dijo: Oye, grandísima pendona, ¿no te he dicho ya que si la vaca volvía a saltar a la tierra te iba a cortar las orejas?... ¿Sabes que me están dando intenciones de hacerlo para que aprendas de una vez a tener más cuidado, mala cabra?

Siempre fue ronca la voz de Mauricia; pero había bajado ya a lo más grave del diapasón. «¡Dios mío! se dijo Fortunata, oyéndola después de mirarla , ¡si parece un hombre...!». Doña Lupe, en tanto, sentándose en una de las sillas de paja, pronunciaba las frases de consuelo propias de la ocasión, añadiendo: «Eso para que aprendas... y tengas formalidad.

Misia Casilda y don Pablo acudieron en su defensa... Toma, toma, para que aprendas y veas dónde pones las patas otra vez. ¡Quilito! dijo severamente la tía. Don Pablo consiguió quitársela de entre las manos, y el joven vociferó que se iba a su cuarto, a encerrarse, y que no quería ver a nadie, pues odiaba al mundo entero.