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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Odiaba la idea del pasado, nada lo impulsaba a amar a los extraños en medio de los cuales vivía, o asociarse con ellos; y el porvenir sólo era tinieblas, porque ningún amor invisible pesaba en él.

El no odiaba á nadie. Hasta tenía olvidadas sus incompatibilidades con Castro, que le habían hecho abandonar las abundancias de Villa-Sirena. Ese pobre teniente es menos feliz que usted, príncipe; el tal duelo ha tenido malas consecuencias para él.

Nada hay que haga cambiar tan presto nuestras ideas más arraigadas y nuestros juicios más firmes como la voz de la mujer querida. Ricardo era un creyente tibio, como la generalidad de los hombres en nuestra época, que odiaba las exageraciones y miraba con cierta repugnancia las prácticas religiosas.

Se puso a observarla con ansiedad queriendo sorprender en sus ojos, en sus ademanes aquel odio que él mismo había trabajado por despertar. No era verdad, sin embargo. Clara no le odiaba, le despreciaba.

Se fué de la plaza, y cuando se vió solo, leyó el papel de Bautista que decía: Ten cuidado. Está aquí el Cacho de sargento. No andes por el centro del pueblo. La advertencia de Bautista la consideró Martín de gran importancia. Sabía que el Cacho le odiaba y que colocado en una posición superior, podía vengar sus antiguos rencores con toda la saña de aquel hombre pequeño, violento y colérico.

La caída del zarismo fué una esperanza para este magnate que odiaba al gobierno imperial. «Con la República se acelerará el fin de la guerra y volveremos al buen ordenSu egoísmo le hacia concebir una República preocupada, ante todo, de devolver sus riquezas á los seres dichosos por su nacimiento.

Como si le atrajesen aquellos mundos desconocidos, creía elevarse en el espacio, dejando muy lejos, bajo sus pies, la tierra, llena de miserias. Su corazón parecía ensancharse, crecer, convertirse en un músculo gigantesco que ocupaba todo su pecho y lo hacía estallar como un saco angosto. Ya no odiaba a nadie.

En un pueblo de la Alcarria tenían los hermanos Rubín una tía materna, viuda, sin hijos y rica; mas como estaba vendiendo vidas, la herencia de esta señora no era más que una esperanza remota. No había más remedio que trabajar, y Juan Pablo empezó a buscarse la vida. Odiaba de tal modo las tiendas de tiradores de oro, que cuando pasaba por alguna, parecía que le entraba la jaqueca.

La quería como a una hermana; ¡qué misterios de estas naturalezas bravías e iracundas! y la odiaba con un aborrecimiento irresistible y trágico.

Otros elementos que figuraron en el drama de Zenda fueron el libertinaje y la audacia de Ruperto. Quizás se sintió atraído por la belleza de Antonieta; quizás le bastara saber que ésta pertenecía a otro hombre y le odiaba a él.

Palabra del Dia

bagani

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