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Actualizado: 28 de junio de 2025
Eran un tropel de sombras que apenas si se marcaban en su memoria como espectros daltonianos, de visible contorno, pero sin color. En cuanto á la última, aquella Freya que la desgracia había puesto ante su paso... ¡cómo la odiaba el capitán! ¡Cómo deseaba encontrarse con ella para devolverle una parte del daño que le había hecho!...
Las señoras decían, medio en broma, medio en serio, que aquello no se podía sufrir. D.ª Feliciana odiaba á D.ª Faustina con todo su corazón, pero se reprimía. Después que el orden se hubo restablecido, Carmen se puso á charlar como una cotorra con Paco Ruiz. Los chistes del jugador la hacían desternillarse de risa, hasta el punto de que algunas veces le mandaba callar, porque le dolía el pecho.
Mi maestro Josef odiaba a los enamorados, a pesar de las libertades que se tomaba él con las sirvientas del colegio, a quienes manoteaba demasiado con Martín, que le hacía la competencia con un éxito que el buen viejo no conseguía. Pero Valentina, ¡oh! Valentina me había hecho olvidar aquella malsana aparición de Fernanda, porque era dulce como un rayo de luna y alegre como una aurora.
Odiaba de muerte á Bozmediano, y este sentimiento le llevó á sentar el principio de que lo que allí se trataba no podía ser cosa buena. Retiróse á la calle de Válgame Dios, muy pesaroso por no haber podido tener con su enemigo la terrible entrevista que él se había imaginado. No es descriptible la ira que de María de la Paz se había apoderado con motivo de la tardanza del joven.
Los resultados los anotaba todos los días en el cuaderno de bitácora. Yo solía ayudarle muchas veces a echar el cordel de la corredera, y luego a medir. Tenía una corredera antigua. En general, lo que usaba el capitán, el barómetro, los cronómetros, las cartas de derrota, todo era viejo. En su camarote tenía un reloj de arena; lo prefería por seguro y por silencioso. Zaldumbide odiaba lo nuevo.
Ana acababa por verle. «Aquel había sido su único amigo en la triste juventud, en el tiempo de la servidumbre miserable; y ahora casi le odiaba; él la había casado; y sin remordimiento alguno, sin pensar en aquella torpeza, se dedicaba ahora a sus árboles, que podaba sin compasión, que injertaba a su gusto, sin consultar con ellos, sin saber si ellos querían aquellos tajos y aquellos injertos...». «¡Y pensar que aquel hombre había sido inteligente, amable!
Finalmente, comprendía que le era indispensable averiguar si Julia odiaba a Clotilde tan sólo por su pasada perfidia, o si estaba celosa de ella porque amase a Javier. Las circunstancias le favorecieron, y él las aprovechó, empleando medios conforme a su índole soñadora y romántica, siempre propensa a recursos en que la fantasía superaba al raciocinio.
Odiaba á los flics, los policías de París, con los que había cambiado puñetazos y palos en todas las revueltas. El militarismo era su preocupación. En los mítines contra la tiranía del cuartel había figurado como uno de los manifestantes más ruidosos. ¿Y este revolucionario iba á la guerra con la mejor voluntad, sin esfuerzo alguno?...
Dejó la cartera sobre la chimenea y sombría, con la carta en la mano, se sentó, reflexionando profundamente en el concurso singular de circunstancias que conducía bajo su techo al hijo del que ella odiaba implacablemente. Poco á poco su vista cayó sobre la hoja de papel cubierta con la letra aborrecida y leyó maquinalmente: "Querido hijo mío; mi viaje empieza bien.
En verano, los días que no apretaba el dolor y las piernas estaban fuertes, bajaban a la playa, y el capitán, enardecido a la vista del mar, desahogaba sus dos odios. Odiaba a Inglaterra por haber oído silbar más de una vez las balas de sus cañones. Odiaba la navegación a vapor como un sacrilegio marítimo. Aquellos penachos de humo que pasaban por el horizonte eran los funerales de la marina.
Palabra del Dia
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