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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Pero este triunfo le llenaba de tristeza. ¡Cómo le odiaba la gente! La vega entera alzábase ante él á todas horas, ceñuda y amenazante. Aquello no era vivir. Hasta de día evitaba el abandonar sus campos, rehuyendo el roce con los vecinos. No les temía; pero, como hombre prudente, evitaba las cuestiones con ellos.
Odiaba las cifras y las cuentas y procuraba despachar las que le estaban encomendadas en el menor tiempo posible y por el procedimiento más breve. En cambio era apasionadísimo de los trabajos del campo, de la caza, de los caballos y de los toros. Le costaba mucho trabajo estarse quieto, sobre todo en casa.
Había descubierto que odiaba á Novoa, ó mejor dicho, que debía odiarlo lógicamente. Doña Clorinda estaba reñida con Alicia, y aquella marisabidilla que tanto entusiasmaba al profesor era la acompañante y protegida de la duquesa. Por esto él debía ser enemigo de Novoa, como dos hombres que no se han hecho ningún daño particularmente, pero pertenecen á dos naciones en guerra.
Volvió á encerrarse en Villa-Sirena, para no ver á nadie. Odiaba á las gentes y al mismo tiempo pensaba con cierto miedo en las disimuladas sonrisas que podían saludar su paso, en los comentarios que surgirían á sus espaldas.
Luego había sufrido mucho viéndole con ciertas mujeres y la atrevida muchacha tomaba un aire pudibundo al recordar los amoríos de él en el buque . Odiaba a la señora norteamericana, tan estirada y orgullosa, que nunca había contestado a sus saludos; odiaba también a aquella fea mal trajeada que iba con él en los últimos días.
Como eran sin disputa los mineros más hábiles que hasta entonces trabajaban en el coto de Carrio, ganaban mucho más que los otros, y como no tenían familia, más de la mitad de su quincena entraba en el cajón de Martinán. Sin embargo, la entrada de los dos mineros produjo, como siempre, malestar en la taberna. Se les temía y se les odiaba generalmente.
Era la criada de la casa. Doña Lupe odiaba a las mujeronas, y siempre tomaba a su servicio niñas para educarlas y amoldarlas a su gusto y costumbres. Llamábanla Papitos no sé por qué. Era más viva que la pólvora, activa y trabajadora cuando quería, holgazana y mañosa algunos días.
Sonrió el patriarca a Fernando, sin interrumpir por esto su conversación con Pérez. Hablaban de política, conviniendo los dos en un gran amor por los gobiernos fuertes y en la necesidad de fusilar a todos los enemigos de la autoridad. El señor Kasper odiaba las repúblicas, gobiernos de pelagatos con levita, de parlanchines hambrientos.
A las tres de la tarde hallábase abierto de par en par el mirador de cristales del gabinete que ya conocemos, y el sol entraba a raudales, llenándolo todo de luz, de colores y de reflejos. La marquesa amaba el sol y el aire con la pasión con que los aman los pobres, y odiaba ese misterioso y coquetuelo petit jour en que se refugian las beldades trasnochadas para ocultar los estragos del tiempo.
Tenía veintisiete años y parecía mucho más joven, pero con una juventud enfermiza, debilitada por las heridas y los sufrimientos. Lubimoff, que odiaba la fanfarronería de los héroes jactanciosos, se sintió desconcertado primeramente y luego atraído por la sencillez de este oficial. De no conocer por don Marcos la autenticidad de sus proezas, las habría creído falsas.
Palabra del Dia
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