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Actualizado: 21 de junio de 2025


Pepe Vera se acercó a la valla. Su vestido era de raso color de cereza, con hombreras y profusas guarniciones de plata. De las pequeñas faltriqueras de la chupa salían las puntas de dos pañuelos de holán. El chaleco de rico tisú de plata y la graciosa y breve montera de terciopelo, completaban su elegante, rico y airoso vestido de majo.

Y añadiéndole ridículos pormenores, contó la escena del confesonario en la iglesia del Carmen, guardándose muy bien de decir el verdadero motivo de su entrada en el templo: según él, habíale sido imposible el tránsito por la calle del Carmen, y atravesó por la iglesia para salir a la de la Montera.

Falta la plata y el oro, pero queda el despejo y la marcialidad, y eso se trasluce siempre; no hay paño bastante negro ni tupido que le ahogue. El calavera temerón tiene indispensablemente, o ha tenido alguna temporada una cerbatana, en la cual adquiere singular tino. Colocado en alguna tienda de la calle de la Montera, se parapeta detrás de dos o tres amigos, que fingen discurrir seriamente.

Al llegar a la esquina de la calle de la Montera, Hojeda volvió en de pronto y dijo en el tono afectuoso y humilde que le caracterizaba. ¡Buena matraca te he dado, Miguelito! Perdona a este viejo chocho y vete con Dios a descansar, que aquí nos separamos. Miguel se despidió de él apretándole con efusión la mano.

Su montera puntiaguda se alzaba sobre las demás semejante á una nube que avanza cargada de rayos por el firmamento. Cruzaron el puente sobre el riachuelo de Villoria, entraron en el Campo de la Bolera, pero en vez de atravesar el pueblo saltaron las tapias de la pomarada de D. Félix y salieron por el extremo opuesto, en el camino ya de Lorío.

Quitose el matador la montera, se pasó la mano por la frente con abatimiento, se la puso de nuevo y marchó hacia el toro. Los gritos se apagaron instantáneamente; reinó un silencio lúgubre en la plaza. ¡Ha matado a su hermano! ¡ha matado a su hermano! se decían los espectadores al oído.

A la Virgen, que aún se venera allí, la enramaban también con yerbas olorosas, y el fabricante de cucharas, que era gallego, se ponía la montera y el chaleco encarnado.

Quedó el toro con sólo cuatro banderillas de las seis, y éstas tan flojas, que la bestia parecía no sentir el castigo. Está muy entero gritaban los aficionados en los tendidos aludiendo al toro, mientras Gallardo, empuñando estoque y muleta, con la montera puesta, marchaba hacia él, arrogante y tranquilo, confiando en su buena estrella. ¡Fuera toos! gritó otra vez.

También había percibido a la mujer que estaba a su lado, porque esta mujer a quien hablaba el duque frecuentemente, no quitaba los ojos del matador. Este se dirigió al duque, y quitándose la montera: «Brindo dijo por vuestra excelencia y por la real moza que tiene al lado.» Y al decir esto, arrojó al suelo la montera con inimitable desgaire y partió adonde su obligación le llamaba.

¿Está malo el día? el capote de barragán: a casa de la marquesa hasta las dos; a casa de la condesa hasta las tres; a tal otra casa hasta las cuatro: en todas partes voy dejando la misma conversación; en donde entro oigo hablar mal de la casa de donde vengo, y de la otra a donde voy: esta es toda la conversación de Madrid. ¿Está el día regular? A la calle de la Montera.

Palabra del Dia

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