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Actualizado: 21 de mayo de 2025


El de mi predilección es este último, sobre todo en esos países de marismas, donde el agua de los estanques conserva la luz tanto tiempo... En ocasiones, se utiliza como puesto el chinchorro, barquichuelo sin quilla, estrecho, y que al movimiento más leve se pone por montera.

Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado, y encima un gabán muy ancho de chamelote de aguas leonado, con una montera de lo mesmo, sobre un macho a la jineta, y detrás dél, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes.

Al revolver el camino vi á los pocos pasos un bulto muy grande, como si fuese un buey puesto en dos pies... ¡Alto! me gritó tapando el camino. ¿Quién eres y adónde vas? Soy el hijo de mi padre respondí y voy adonde me da la gana. Pues por aquí no pasa nadie que no se quite la montera y las buenas noches. Pues ahora va á pasar uno sin quitarse la montera. ¿Quién va á ser?

Con la montera terciada y el garrote empuñado por el medio iba de un lado á otro sonriente, provocativo, embromando á unos, injuriando á otros como si el campo de la romería fuese suyo ó no hubiera en dos leguas á la redonda más rey ni más amo que él.

Paquito de Asís bajó, contra la opinión de su padre, que temía cualquier catástrofe inesperada, y a la media hora subió contando lo que ocurría. «Abajo hay una guardia de paisanos». ¿Con armas? , de las que cogieron esta tarde en el Parque... Pero es gente pacífica. Unos llevan sombrero, otros gorra, este montera y aquel boina. Parece que están de broma.

Gallardo púsose aún más pálido, contemplando con ojos azorados el paso de la cruz y el desfile de los sacerdotes, que rompieron a cantar gravemente, al mismo tiempo que miraban, unos con aversión, otros con envidia, a toda esa gente olvidada de Dios que corría a divertirse. El espada se apresuró a quitarse la montera, imitándole sus banderilleros, menos el Nacional.

Capa, no la tenían; los calzones eran de lienzo, y las medias de carne; bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates, tan traídos como llevados, y los del otro, picados y sin suelas, de manera, que más le servían de cormas que de zapatos. Traía el uno montera verde de cazador; el otro, un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda.

Gallardo, quitándose la montera, saludaba a los grupos que aplaudían su paso. Envuelto en su capote de lujo, se dejaba llevar como una divinidad, inmóvil y erguido sobre la corriente de sombreros cordobeses y gorras madrileñas, de la que salían aclamaciones de entusiasmo.

Se miraba en los cristales, y se detenía larguísimos ratos delante de las tiendas, como si escogiera. No paraba mientes en el susurro de los grupos, que decían: «El Rey se aburre, el Rey se va». A la entrada de la calle de la Montera la animación era, como siempre, excesiva. Es la desembocadura de un río de gente que se atraganta contenido por una marea humana que sube.

Los gateras le seguían, acompañados de algunos más; los serenos le dirigían de lleno la luz de sus linternas, y los transeúntes se paraban mirándole alejarse, seguros de que no era difunto ni estaba desmayado, sino simplemente borracho. Subió la calle de la Montera, y preguntó por la calle de Válgame Dios, porque había resuelto dirigirse á Casa de su tío.

Palabra del Dia

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