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Una vez hablaba a Maltrana, una voz sin vibración, que repercutía en su cerebro sin haber pasado antes por su oído: Y así marchamos a través del misterio azul, en busca de una lejana tierra de ensueño para nuestro cargamento de miserias y ambiciones. Hace años, seguíamos todos el mismo rumbo con la tenacidad de un rebaño que no conoce otro camino.

En que hasta hoy está siendo Santander la primera aldea de la provincia, por sus costumbres, por sus pasiones y por un sinnúmero de pequeñeces y de miserias.... ¿Está usted vengándose de ? Líbreme Dios de semejante tentación. Es que no veo yo un motivo para que de repente se cambien nuestras costumbres, como usted lo asegura.

Un año llevaba en la isla «enterrado», como él decía, sin otra diversión que las noches de juego en el Casino y las tardes pasadas en el Borne en una mesa de antiguos camaradas, isleños sedentarios que gozaban con el relato de sus viajes. Apuros y miserias: ésta era la realidad de su vida presente. Los acreedores le amenazaban con inmediatas ejecuciones.

Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar.

Allí, en medio de esos deliciosos paisajes, tan poco lejanos de Báden-Báden, olvida uno con encanto las miserias de vanidad y ostentacion; de imposturas fascinadoras y codicia que se disputan la admiracion y los montones de oro en el Salon de conversacion; la sociedad sofística de la ciudad parece mas absurda, y se comprende cuánto mas vale la vida honrada y tranquila de los habitantes del valle del Mürg, que la estéril agitacion de los que pueblan los hoteles de Báden-Báden.

¡Oh, cómo lee en mi corazón! pensó el estudiante muy conmovido, y sin comprender la profundidad psicológica de aquellas palabras, ni su aplicación y significado en aquel momento. Usted no comprende esas cosas, Lázaro. ¿Que no? dijo éste. ¿Que no? Desgraciadamente las comprendo. Para usted, ; para usted, que es una criatura perfecta, una escogida de Dios, están veladas estas dolorosas miserias.

Salióme al encuentro el Cura, y me dijo, mientras se secaba los ojos con un pañuelo de yerbas: No se puede remediar, ¡qué jinojo!... por más avezado que uno esté a contemplar miserias y acabaciones humanas... Porque hay casos y casos, señor don Marcelo, y éste es uno de los más duros de pelar para el pobre Cura.

Pero habrá que esperar añadió Obdulia, dándose de hocicos contra la realidad, para volver a saltar otra vez, cual pelota de goma, y remontarse a las alturas . Y diga usted: en ese correr por Madrid buscando miserias que aliviar, me cansaré mucho, ¿verdad? ¿Pero para qué quiere usted sus coches?... Digo, yo parto de la base de que usted tiene una gran posición. Me acompañará usted. Seguramente.

¡Ah, Jerez! ¡Jerez! dijo el rebelde. ¡Ciudad de millonarios, rodeada de una horda inmensa de mendigos!... Lo extraño es cómo estás ahí, tan blanca y tan bonita, riendo de todas las miserias, sin que te hayan prendido fuego... La campiña dependiente de la ciudad, que abarcaba casi una provincia, era de ochenta propietarios. En el resto de Andalucía ocurría lo mismo.

Además, la religión lo llenaba todo, era el único fin de la existencia, y los españoles, pensando siempre en el cielo, acababan por acostumbrarse a las miserias de la tierra. No dude usted que el exceso de religiosidad nos arruinó y estuvo próximo a matarnos como nación.